jueves, 7 de marzo de 2013

El Impostor- Capitulo 5


—Eres muy generosa —dijo él. Y por alguna razón Miley se acordó de repente del auténtico Nick, de su voz cargada de insinuación sexual.

Después se recordó a sí misma que todo aquello no tenía nada de sexual. Era sólo un farsante, dispuesto a robarle la fortuna a una anciana, y lo único que les unía era su querida familia. Pero los Jonas nunca habían sido muy cariñosos y sin embargo ahora Warren contemplaba al intruso con sorprendente aceptación.

—Adelante, pues, vete a instalarte —concedió Warren abiertamente—. Hablaremos más tarde. Estoy seguro de que Miley te entenderá mejor que nadie. —Se mostró dubitativo—. Me alegro de verte, muchacho.

Sally levantó su mano deformada por el dolor y dio una palmadita de aprobación a Warren.

—Se está bien en casa —dijo Nick Jonas. Y Miley debió de imaginarse el tono ligeramente burlón de su voz grave y ronca.

Podía sentir su mirada clavada en la espalda mientras le conducía al  piso superior por la amplia escalera principal. Por suerte ya se las había arreglado para despejar toda su ropa y sus pertenencias de su cuarto prestado. Si el impostor se enteraba de que ella había estado durmiendo allí, lo utilizaría como un arma más.

Entró antes que él para dar un último vistazo y verificar que no hubiera huella alguna de su apropiación temporal. Nick se detuvo acercó a la puerta, examinando la habitación con ojo crítico.

—Mi madre no esperaba que volviera —comentó.

Miley se quedó en el centro de la habitación, mirándole.

—Nick desapareció hace más de dieciocho años, y en todo este tiempo no ha habido ni una llamada, ni un indicio de que al menos es taba aún con vida. Tía Sally es una mujer realista; hace años que aceptó lo que era evidente.

De nuevo su boca dibujó una ligera y extraña sonrisa.

—¿Y no te alegras por ella? —preguntó con suavidad.

Miley permaneció callada, ignorando la inconfundible burla.

—La cama es nueva y todo es muy acogedor...
—¿Quien ha utilizado la habitación mientras yo estaba fuera?
—Nadie en especial —contestó, contenta de poder ser totalmente honesta—. Sólo algún que otro invitado.
—¿Por qué está repleta de telas estampadas de flores? Éste no es el estilo de tía Patsy. Esta madera es muy sencilla. A Patsy le gustan las cosas lujosas y recargadas.

Trató de ocultar lo asombrada que estaba. Nick había hecho sus deberes, eso saltaba a la vista. Conocía al dedillo a la consentida de tía Patsy.

—Si te parece demasiado femenino puedo ir a comprar algunos grabados con escenas de caza —propuso ella con voz ligeramente mordaz—. Un par de animales muertos le darían un aspecto un poco más masculino.
—¿Usabas tú este cuarto?

En esta ocasión no pudo ocultar su reacción. Saltaba a la vista que estaba muy bien informado; un impostor necesita estarlo. También tenía que ser observador, y probablemente a ella le había delatado la inevitable tirantez de su boca.

—Estuve viviendo en Boston hasta que Sally empeoró —explicó, sin dar una respuesta clara. Si al verdadero Nick Jonas no le debía nada en absoluto, menos le debía aún a su imitador. Constanza había eliminado de allí cualquier rastro de su presencia, y ella había vuelto a la pequeña habitación del primer piso, donde había estado casi toda su vida—. Saliendo a la izquierda hay un cuarto de baño nuevo con el que tendrás más que suficiente —añadió enérgicamente—. Le diré a Ruben que suba tus maletas...
—Puedo hacerlo yo.

El impostor estaba de pie entre la puerta y ella, de modo que no tenía más remedio que mirarle directamente a los ojos.

Hubiera podido ser Nick. Tenía sus mismos ojos claros, de un azul casi luminoso, y levemente rasgados que le conferían un aspecto eslavo, y su atractiva y adusta cara de adolescente podría haberse transformado en ese cuerpo marcadamente elegante, en esos fuertes pómulos y en esa boca exuberante, sensual. Hubiera podido ser Nick, salvo por una cosa.

Nick estaba muerto.

Él se movió, y ella suspiró levemente, aliviada. No quería pasar demasiado cerca de él al salir de la habitación.

Pero no se apartó del todo. Se movió acercándose a Miley. Ella permaneció inmóvil porque tiempo atrás había aprendido a no exteriorizar el miedo; sin embargo, en esta ocasión le estaba suponiendo un esfuerzo no hacerlo. Era alto. Lo suficientemente alto para que se sintiera un poco intimidada. Nick nunca había sido tan alto y cuando desapareció ya tenía diecisiete años. A esa edad se supone que uno ha crecido todo lo que tiene que crecer, ¿no es cierto?

—Así que te he robado la habitación —dijo con su voz suave y ronca—. Y te he quitado el sitio como cuidadora oficial de tía Sally. No me extraña que no me recibas con los brazos abiertos.
—No es mi estilo recibir con los brazos abiertos ni en el mejor de casos —repuso ella.
—Apuesto a que no —murmuró él—. Aunque debo admitir que una pena. ¿Vas a ayudar a tío Warren a demostrar que soy un impostor?
—Eso será si lo eres.
—¿Y tú qué piensas, Miley? —Estaba demasiado cerca de ella.

Le recordaba misteriosamente al verdadero Nick, cosa que la alteraba y la confundía. Le hacía dudar de la verdad de la que nunca había es estado del todo segura.

No era de extrañar que ejerciera una poderosa influencia sobre ella. Sólo alguien que pudiese hacerse pasar con éxito por el auténtico Nick intentaría llevar a cabo tal pantomima, y el impostor conocía todos los trucos. Todos los pequeños y sensuales hábitos que Nick había vivido, para hacerla sentir vulnerable, para hacerla sentir una extraña, una especie de anhelo despreciable. 

Miley le miró con frialdad, desafiándole.

—Pienso que si haces daño a tía Sally, desearás no haberlo intentado nunca.
—¿No haber intentado ¿qué? —Su voz era suave, provocadora—. ¿Qué me harás?

Pero Miley no estaba dispuesta a seguirle el juego, por más que la aguijoneara. No estaba preparada para declararle su enemistad sin reservas, aunque él ya la hubiera detectado.

—Creo que estarás muy cómodo aquí —afirmó ella, dando un pequeño paso hacia atrás y esquivándole en lo que esperaba que fuera un educado acto fortuito.
—Sí, seguro que sí —replicó Nick en voz baja. La estaba dejando escapar deliberadamente y ella lo sabía, pero no le importaba; de pronto huir de él era muy importante—. Si en algún momento notas que echas de menos tu antigua habitación, no dudes en venir a visitar la —añadió.
—Estaré bien —dijo ella.
—La cama es grande. No tengo inconveniente en compartirla.

Miley dio un respingo; se había pasado de la raya.

—Eso será cuando el infierno se hiele. Él contempló el paisaje invernal.
—Ya se ha helado, Miley.

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