jueves, 7 de marzo de 2013

El Impostor- Capitulo 6


El hombre que se hacía llamar Nick Jonas se permitió una leve sonrisa pícara cuando la puerta se cerró de un portazo detrás de Miley. Había intentado obtener una reacción sincera de Miley desde que ésta había entrado corriendo en la habitación de tía Sally, pero se había controlado de forma impresionante y molesta, reacia a dejar aflorar su feroz incredulidad y desaprobación por más que la presionara.

Se preguntaba por qué. Probablemente tendría algo que ver el hecho de que tuviera cariño a la mujer que le había proporcionado un hogar y una familia. A pesar de ser una mujer aparentemente tranquila y de estar ligeramente reprimida, estaba claro que Miley Cyrus sentía gran cariño y lealtad por Sally Jonas. Tal vez su única debilidad.

Él sabía de ella más de lo que ella misma se podría imaginar jamás. Sabía dónde había trabajado, conocía a sus amigos, incluso había visto su piso próximo a Beacon Hill. Sabía cómo se llamaban todos los hombres con quienes se había acostado. Teniendo en cuenta que esa lista tenía un total de tres nombres, no había sido una hazaña difícil, suponiendo que sus fuentes fueran fidedignas. Hasta ahora lo habían sido, pero estaba preparado para cualquier cosa.

Los ojos azules de Miley le miraron con impasible antipatía, cosa que le molestaba a la vez que le excitaba. Necesitaba de un aliado en esta vieja y laberíntica casa. Necesitaba poder contar con alguien, alguien a quien pudiera utilizar. Miley Cyrus era, evidentemente, la candidata perfecta.
No iba a ser un trabajo fácil convencerla, pero lo cierto fue que algunos hechos, reveladores de por sí, vinieron rodados. Si conseguía que la fría y protectora Miley le creyese, nadie se atrevería ya a dudar de él.

No había respondido como él hubiese querido a sus ingeniosos intentos de conquista. Miley tenía algunos asuntos pendientes con el adolescente Nick Jonas, probablemente relacionados con sus deseos de juventud. Nick Jonas había sido un gamberro por excelencia, con un dominio asombroso para armar follones para lo joven que era. Y muy pocas mujeres, especialmente las adolescentes impresionables, habían podido resistirse a una oveja negra tan terriblemente encantadora. Había estado enamorada del joven Nick y la familia Jonas lo sabía.

El hombre que había llegado a la finca de los Jonas en el sur de Vermont también podía crear cierto revuelo. Y tenía toda la intención de hacerlo. Podía ser extraordinariamente cautivador, y pretendía que Miley acabara por encontrarle completamente irresistible. Demasiadas cosas dependían de que él consiguiera ganarse su con fianza. Teniendo a Miley de su parte, nadie osaría cuestionarle.

A la anciana no le quedaba mucho tiempo de vida; lo había admitido con serenidad. Había visto morir a suficiente gente como para Saber cuándo alguien estaba viviendo un tiempo prestado. En verano Sally Jonas estaría muerta; sus millones y millones de dólares podían hacer absolutamente nada para detener el inexorable avance del cáncer.

Durante ese tiempo se las arreglaría sin ninguna dificultad. Estaba a acostumbrado a manipular a la gente, a lograr que ésta acabara haciendo lo que él quería. Se le daba bien hacerlo. Sally moriría en paz, con su hijo pródigo junto a ella; Miley vería realizadas sus fantasías de adolescentes en la cama que, contra su voluntad, había abandonado. Y al marcharse, tendría respuesta a todas sus preguntas.

Podría volver a ser simplemente Sam Kinkaid, un solitario encantado de serlo.

Probablemente lo más seguro habría sido mantenerse alejado de Miley. Era una mujer inteligente; lo sabía más por lo que le decían sus claros ojos azules que por la cantidad de información que se le había proporcionado. Era lo de menos que se hubiera licenciado en Bennington con distinción honorífica; bastaba con que le mirara con esa expresión alerta y fulminante para que él tuviera la sensatez de no hostigarla.

Se le había preparado cuidadosamente para lidiar con todas las personas que había encontrado en la mansión de Vermont, pero quien le había informado se había equivocado describiendo a Miley. Bajo la ropa conservadora, el pelo hábilmente rizado, y los modales discretos y aparentemente tímidos, se ocultaba algo inesperado. Algo feroz y ardiente, reprimido con esmero.

Llegó a la familia Jonas como hija adoptada cuando tenía tres años, y ahora, después de que todos los de más se hubieran ido, volvía a estar al lado de Sally. ¿Qué le había hecho volver junto a Sally Jonas? ¿El dinero? ¿La lealtad? ¿La codicia?

Nick tenía un gran respeto por la codicia. Era un estímulo poderoso que podía jugar a su favor.
Sabía por qué Sally la quería, por qué los Jonas la veían con buenos ojos. Era básicamente una compañía gratuita, leal, incondicional, capaz de hacer cualquier cosa por su familia adoptiva.
Y contaba con aquello que los Jonas consideraban de vital importancia.

Era guapa.

Es extraño el valor que concedía a la belleza la familia Jonas en el sentido más amplio. Para empezar, habían sido bendecidos con unos genes extraordinarios y una salud abundante; y se habían reproducido de forma admirable. No había un miembro de la familia Jonas  que fuera feo: incluso en su lecho de muerte, el aspecto de Sally era sublime, su piel, pálida y fina como la seda, y sus ojos, preciosos.

Miley había sido el complemento perfecto para los gloriosos Jonas. Los álbumes de fotos describían su evolución desde una infancia seria y sensible hasta una adolescencia juguetona. Ahora parecía estar contenida, como quien ve un gran cuadro mal iluminado, descolorido y borroso. Su ropa era clásica, insulsa, y a pesar de pegar- se a su cuerpo y entallarlo, lograba esconderlo.

Él se acercó a la ventana y miró fijamente el paisaje cubierto de nieve. No estaba en Vermont desde hacía años; había olvidado cómo era la nieve en los últimos días de primavera. No podía haber programado mejor su reaparición: el tiempo, agitado, coincidía con el efecto perturbador del regreso del hijo pródigo.

Era un hombre que estaba más alerta que la mayoría. Oyó unos pasos en el pasillo que llevaba hasta su habitación y supo de inmediato de quién eran. Los pasos de Ruben eran silenciosos y discretos; los de Constanza, enérgicos. Y era imposible que Miley volviera a esta habitación sin un motivo de peso.

Nick se estiró en la cama, clavando la vista en el techo de vigas. Era una cama cómoda, lo suficientemente grande para que cupiese su cuerpo y aún sobrara espacio. Cuando llamaron a la puerta no se movió.

—Adelante, Warren —dijo con indiferencia, contemplando 

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