miércoles, 10 de octubre de 2012

Pasión en Venta- Capitulo 1


De nuevo Miley llegó muy temprano al trabajo, como todos los días. Los ejecutivos que querían progresar en Crédito y Finanzas Internacionales llegaban temprano y salían tarde. Vivían para su trabajo y no disponían de tiempo para nada más, al menos sí eran ambiciosos. Y Miley lo era, ¿o no? Apartando de su mente ese inquietante pensamiento, abrió la puerta de su despacho, donde se leía en letras doradas: Miley Puente-Inversiones Extranjeras. El escritorio de su secretaria, en la puerta de su despacho, aún estaba vacío y así seguiría durante otra hora. Selena debía empezar a trabajar a las ocho y media y, como cualquier joven normal, no aparecía ni unos segundos antes de lo necesario.

¿Cualquier joven normal? Miley frunció el ceño. « ¿Acaso yo no soy normal?». Bueno, casi todas las mujeres normales de treinta años estaban casadas, eran madres de familia o ambas cosas, se recordó sincera. ¡Y el resto tenían amigos, un prometido, un amante o algo! No regresaban todas las noches a casa a una cama vacía, con un buen libro y un canario por toda compañía. Y si lo hacían, ciertamente eso no les agradaba.

Pero a ella sí. ¿Significaba eso que no era normal? ¡Por supuesto que no! Tenía que haber muchas otras mujeres en el mundo que elegían la soltería y el celibato como estilo de vida. Además, era su vida, y si no quería pasarla al lado de un hombre, eso era asunto suyo y de nadie más.

Miley dejó su carpeta negra a un lado del escritorio, colgó su paraguas y luego se dirigió a abrir las persianas verticales del amplio ventanal, detrás de su sillón giratorio. La luz del sol inundó la oficina, revelando una magnífica vista de los jardines botánicos del otro lado de la calle. Miley se alegró al ver que el cielo se había despejado, después de la lluvia de la noche anterior. Si el tiempo y sus citas se lo permitían, le gustaba comer en los jardines, sentada en un banco a la sombra de un árbol. En ese momento, miró hacia el banco y lo que vio la alarmó.

Un hombre, tal vez ebrio, estaba acostado sobre el banco, aparentemente dormido, y dos adolescentes de aspecto sospechoso lo estaban contemplando.

— ¡Oh, Dios, mió! —exclamó horrorizada cuando vio que los dos jóvenes se lanzaban al ataque.
El corazón le latió apresurado, mientras contemplaba la lucha, pero el hombre se defendía bastante bien, hasta que uno de sus atacantes lo golpeó con algo. Se tambaleó y cayó al suelo, llevándose las manos a la cabeza.

Miley no se detuvo a pensar. Tomó su paraguas, cruzó corriendo las oficinas vacías, bajó por las escaleras, atravesó el vestíbulo y salió a la calle. Un taxi frenó para no atropellarla, y el chófer la insultó a través de la ventana abierta pero ella ignoró las maldiciones y siguió corriendo por la calle Macquarie, concentrada en la necesidad de ayudar a ese hombre. Tal vez debería detenerse a pensar en lo que podía hacer una mujer de un metro sesenta y tres de estatura, y cincuenta y dos kilos de peso, contra un par de malhechores, pero en ese momento era incapaz de pensar.

— ¡Basta ya, malditos! —gritó mientras cruzaba corriendo la entrada del parque, y varios transeúntes se volvieron para mirarla, sorprendidos, porque desde el nivel de la calle no podían ver lo que ella había visto, debido a los arbustos que bordeaban la valla.

Cuando ella llegó junto al árbol, los asaltantes todavía seguían dando patadas a su víctima, tirada en el suelo.

— ¡Policía! ¡Policía! ¡Aquí! —gritó Miley a todo pulmón.

Los asaltantes se detuvieron y alzaron la mirada, sorprendidos por los gritos de Miley. Esgrimía en la mano derecha su paraguas, dispuesta a luchar. Los atacantes huyeron, dejándola sola con el vagabundo, que aún seguía en el suelo.

— ¿Está... está bien? —le preguntó ella, sin aliento.


Cuando el hombre echó la cabeza hacia atrás para mirarla, Miley lo contempló extrañada. No era viejo, y aunque tenía despeinado el cabello negro, los ojos azules inyectados en sangre y una barba incipiente, no parecía un vagabundo y tampoco estaba borracho. La mirada de esos ojos azules era demasiado penetrante.

—Me he sentido mejor —rezongó el hombre.
— ¡Oh! —Exclamó ella al ver la sangre que se deslizaba por su frente—. ¡Está sangrando! —se arrodilló a su lado, dejando el paraguas sobre el césped, moviendo las manos, impotente.
— ¿De dónde? —preguntó él, estudiando su cuerpo.
—De... la cabeza.
— ¡Ah...! —Se palpó la frente y luego se miró los dedos manchados de sangre—. ¿Tiene un pañuelo? —le preguntó con una mueca.

Era un hombre muy atractivo, pensó ella, confundida. ¿Quién habría creído que un rostro sin afeitar, con los ojos enrojecidos, pudiera ser atractivo? Realmente ni siquiera era guapo, con ese rostro anguloso y duro; además, por lo visto, se había fracturado la nariz una o dos veces. Sin embargo, continuó mirándolo durante varios segundos, antes de responder a su pregunta.

—Oh... no. Pero supongo que podría pedirle uno a alguien —miró a su alrededor, pero la única persona que pasó cerca de allí era un hombre de negocios, que caminaba apresurado y que, obviamente, no quería complicarse la vida.
—No se moleste —repuso el hombre. Sin parpadear, se arrancó una manga de su chandal, la enrolló y la oprimió contra la herida.

Miley contempló su brazo desnudo, con la misma reacción que había experimentado al ver su rostro inesperadamente atractivo. De nuevo, su propia reacción la sorprendió, ya que nunca la habían impresionado los músculos de los hombres. Desde la infancia, había sido educada para apreciar la inteligencia, no la fuerza. Y sin embargo, ahora estaba contemplando los bíceps de ese hombre.
Se sonrojó, avergonzada. Por suerte, el causante de su incomodidad no la estaba mirando. El hombre estaba tratando en vano de ponerse de pie. Miley no tenía otra opción más que ayudarlo. Recurriendo a todas sus fuerzas, lo sujetó de un brazo y trató de ayudarlo a incorporarse, pero pesaba demasiado. ¡Y era tan alto! Cuando al fin él se irguió en toda su estatura, la mirada asombrada de Miley tropezó con la irónica de sus ojos azules.

—No le he dado las gracias —declaró él con voz profunda—. Es una mujer muy valerosa. O una tonta —añadió, burlón—. ¿Qué es?
—Creo que una tonta —murmuró ella, también con un matiz de burla. Allí estaba ella, una mujer de treinta años, ejecutiva, dejando que un gigante, no mayor de veinticinco años, la impresionara. Eso no sólo era vergonzante, sino desconcertante. Él ni siquiera era su tipo.

«Vamos, tú ni siquiera tienes un tipo», le dijo la voz de su conciencia. Pero la vista de la sangre que seguía brotando de su herida la hizo concentrarse en el problema que tenía entre manos.

—Debe acompañarme a mi oficina —le indicó al hombre—. Está al otro lado de la calle. Allí podré llamar a un médico. Esa herida necesita unos puntos.
—Pero eso le causará muchas molestias —protestó él, frunciendo el ceño—. Ya ha sido muy amable al venir a rescatarme. Puedo coger un taxi para ir a un hospital a que me curen.
— ¿Y esperar horas en la sección de urgencias hasta que lo atiendan? ¡Ni a un perro le desearía eso!

Se sonrojó al oír sus propias palabras. Después de todo, ese tipo no era miembro de la alta sociedad. De acuerdo, tal vez no era el vagabundo ebrio que ella había creído, pero su apariencia dejaba mucho que desear. Su chandal negro parecía salido de una tienda de caridad... es decir, lo que quedaba de él. En cuanto a sus zapatillas, parecía que varios perros se habían peleado por ellas. Si la ropa hacía al hombre, ese individuo se encontraba en graves problemas, pensó mientras lo recorría despacio con la mirada.
Sin embargo, su apariencia debía de mejorar mucho sin ropa, pensó de pronto y, sorprendida por ese pensamiento, alzó culpable la mirada.

— ¿Cuántos años tiene? —le preguntó de repente.
—Treinta —contestó ella, desconcertada—. ¿Por qué?
—Treinta —murmuró él—. Y tampoco es pelirroja. Debo de estar enloqueciendo. Sabía que había pasado demasiado tiempo...
— ¿Qué está murmurando? —inquirió Miley, empezando a impacientarse con él y consigo misma.
—Nada —musitó él y movió la cabeza.
—Bien, ¿viene conmigo o no?

De pronto, el hombre se tambaleó, palideciendo.

— ¡Oiga, definitivamente se viene conmigo y eso es todo! —le ordenó Miley, y tomándolo con firmeza de un brazo, lo impulsó hacia adelante.
—Sí, señora, como usted diga. Usted es la jefa. Usted es la jefa, ¿verdad? —repitió, después de que ella lo instalara en un sofá.

Miley estaba marcando el número de teléfono del médico, y alzó la mirada al oír la voz del desconocido.

—Sólo de mi división —replicó, y le indicó que guardara silencio mientras ella hacía la llamada—. El médico llegará dentro de poco —anunció satisfecha un momento después—. Lo encontré cuando se disponía a salir para realizar sus visitas matutinas.
—Bien —prosiguió con tono eficiente—. ¿Quiere que también llame a la policía?
— ¡Santo Dios, no! No podría soportar todo ese alboroto. Estoy demasiado cansado, y además, ya no podrán encontrar a esos chicos.
— ¿Por qué cree que lo atacaron?
— ¿Quién sabe? —Se encogió de hombros—. Tal vez buscaban dinero.
— ¿Y lo atacaron a usted?
— ¿Sabe una cosa? No debería juzgar un libro por su portada. No soy tan pobre como parezco.

1 comentario:

  1. O.o Miley es mayor que Nick?? eso seria raro, parecia que Miley fuera una viejita ayudando a un niño, ok ya, hahha me encantion siguela =d

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