miércoles, 10 de octubre de 2012

Pasión en Venta- Capitulo 2


— ¿Por qué entonces ha pasado la noche en un banco, en el parque? 
—No he pasado la noche allí. Sólo estaba descansando. 
— ¿Descansando? ¿De qué? 
—Estaba corriendo cuando de pronto me sentí mareado. Verá, anoche me desvelé. Yo... —titubeó y volvió a encogerse de hombros. 

Era obvio que no quería decirle lo que había estado haciendo. Varios pensamientos cruzaron por la mente de Miley. Un asalto a Bondi; tráfico de drogas en una oscura esquina de Paddington. 

No obstante, una extraña intuición femenina, que Miley no sabía que poseía, le aseguró que ese hombre no era un individuo peligroso, por lo menos no un criminal. El peligro, si podía llamarlo así, radicaba en su potente virilidad, en el atractivo sexual que emanaba de todos sus poros, y Miley pensó que eso debía de afectar a todas las mujeres. Sin embargo, su propia reacción la irritaba, había pensado que ella no era como la mayoría de las mujeres.

—No necesita darme explicaciones —declaró con tono cortante—. ¿Puedo ofrecerle algo de beber? Está muy pálido. 
— ¿De verdad? Bien, sí, se lo agradecería. 
— ¿Qué le gustaría? 
— ¿Qué puede ofrecerme? —su sonrisa era atrevida e increíblemente cautivadora. 
—Cualquier cosa dentro de lo razonable —respondió ella. 
— ¿Qué le parece un poco de agua? 
—Ahora mismo le traeré un vaso. 

Miley sintió su mirada fija en ella cuando cruzó el despacho para dirigirse a su cuarto de baño privado. Sí, pensó furiosa, debía de ser uno de esos hombres que disfrutaban mirando a las mujeres, sentados en el parque y viéndolas pasar frente a ellos. Su mirada se detendría en sus senos, en sus piernas o en su trasero, y después la desnudarían con los ojos. ¿Estaría haciendo eso con ella ahora? ¿Se la estaría imaginando desnuda en la cama con él? 

Pero estaba segura de que no era así, y esa certidumbre se hallaba acompañada de una reveladora sensación de desaliento. ¿Qué le sucedía ese día? Primero, había empezado a dudar de las elecciones que había hecho en la vida, tanto en su trabajo como en el aspecto personal. Y ahora... ahora deseaba que un hombre la mirara con lujuria. ¿Qué trataba de demostrarse a sí misma? ¿Que si quería podía tener un hombre? ¿Que había una deseable mujer bajo el traje de estilo profesional que llevaba en el trabajo? 
Ahogando un gemido, resistió la tentación de apresurarse y quedar fuera del alcance de esos inquietantes ojos azules. En vez de ello caminó más despacio, odiándose por el ligero balanceo de sus caderas, incapaz de controlarse para no enviarle un mensaje sexual. Volvió a gemir cuando el espejo del baño le reveló el estado de su cabello. ¡Parecía una bruja! Al ver su cabello despeinado y su rostro pálido y pecoso, volvió a la realidad. «Eres fea», se recordó despiadada. «Siempre lo has sido». «De acuerdo, has prescindido de las gruesas gafas y al fin te has arreglado los dientes, pero sigues siendo fea. Además, ya es demasiado tarde». 
«Vamos, si ese hombre de ahí afuera se te insinuara, te morirías de temor. Sí, de temor; eres una cobarde. Así que vuelve a encerrarte en tu capullo, y ¡por todos los cielos!, no trates de ser atractiva, pues eso es algo patético». A toda prisa se recogió el cabello en un severo moño y apartó la vista de su imagen en el espejo, mientras llenaba el vaso de agua. 

Luego, volvió a mirarse al espejo y deseó no haberse puesto ese traje azul marino esa mañana. Su corte era severo, casi hombruno. Y con la chaqueta cruzada, el pantalón recto y la blusa blanca, parecía la clásica ejecutiva. 

—Aquí tiene —le indicó con fría cortesía, entregándole el vaso. Retrocedió un paso, cruzó los brazos y lo observó mientras bebía, antes de preguntarle con frialdad—: ¿Se da cuenta de que ni siquiera sé su nombre? 
—Sí —replicó él, con una extraña sonrisa. 
—Y bien ¿cuál es su nombre? —casi estalló. 
-Nick. 
— ¿Nick qué? 
—Nick... Jonas —añadió después de un largo titubeo, y le dirigió una mirada especulativa. 

Miley frunció el ceño. ¿Se suponía que ese nombre debía significar algo para ella? Pues no significaba nada. Pero vio que él parecía muy satisfecho al comprender que ella no reconocía el nombre. 

—Y el suyo es Miley —continuó él, antes de que ella pudiera preguntarle si se suponía que debía reconocer su nombre—. Miley Cyrus. 

Ella le dirigió una mirada de sorpresa y el hombre hizo una mueca. 

—Está en la puerta de su despacho. 
—Oh... sí, por supuesto. Qué tonta soy. 
—No creo que sea una tonta, señorita Cyrus. ¿O es señora Cyrus? 
—No estoy casada. Ni siquiera tengo novio. 
¿Por qué tuvo que añadir eso?, se preguntó. Era como si hubiera querido hacerle saber que era una mujer soltera y sin compromiso, y no era su intención. 
—Tampoco yo —declaró él—. Es decir, no tengo novia —añadió, guiñando un ojo, divertido—. Creo que en estos tiempos un hombre debe aclarar esas cosas, puesto que no es nada extraño que se tenga un amigo íntimo. Permíteme asegurarte, Miley... ¿puedo llamarte por tu nombre? ...que no soy de esa clase de hombres. 

En ese momento, la llegada del médico fue de lo más oportuna, pues Miley se sentía cada vez más confundida. Se alegró de retirarse detrás de su escritorio, mientras el médico examinaba las heridas de Nick y luego le daba unos puntos. Cuando se fue, ya había recobrado el control. Sin embargo, cuando Nick se puso de pie y se despidió, no pudo contener un suspiro de alivio. El se detuvo al llegar a la puerta y la miró por encima del hombro. 

—Creo que no te he dado las gracias —declaró—. 

¿Puedo invitarte a cenar esta noche, como una demostración de mi gratitud? 

Miley sintió que el corazón le daba un vuelco. ¡Santo Dios, él la estaba invitando a salir! Pero después de una momentánea sensación de júbilo, volvió a la realidad. Y de nuevo desconfió. ¿Por qué la invitaba a cenar? ¿Era por gratitud, o tenía algún motivo oculto? Pensó que podía ser uno de esos hombres que andaban detrás de las mujeres ricas y mayores. Se había fijado en la manera en que observó su despacho amueblado con elegancia, como si estuviera impresionado. Tal vez pensaba que, si la invitaba a cenar y la halagaba un poco, ella se mostraría muy agradecida. Tal vez la noche anterior se había desvelado porque la había pasado en la cama de una acaudalada viuda. 

Al pensar en eso se estremeció con una sensación de repugnancia. 

—Gracias por la invitación, Nick —replicó con frialdad—, pero en realidad no es necesario. Habría hecho lo mismo por cualquiera. 

La expresión de Nick era de irritación, y eso le confirmó Miley su creencia de que tenía algo en mente. Tal vez, después de la cena, descubriría que se había olvidado de la cartera y ella tendría que pagar la cuenta. Había oído hablar de esos hombres; estafadores y gigolós aficionados que se aprovechaban de la soledad de las mujeres como ella. No se detenían ante nada con tal de obtener dinero fácil. Incluso estaban dispuestos a acostarse con su víctima si con ello obtenían una remuneración. La indeseable imagen de Nick, al lado de la cama de ella, desnudándose despacio, la hizo sonrojarse de vergüenza. 

—Aun así, me gustaría invitarte —insistió él—. ¿Estarás ocupada esta noche? ¿Qué te parece entonces mañana? 

Ahora se encontraba realmente confundida, ya que estaba tentada a aceptar, olvidándose del sentido común. ¡Qué agradable sería que la vieran en compañía de ese hombre joven y atractivo! ¡Qué halagador para su vanidad femenina! «Querrás decir qué denigrante», protestó de nuevo esa vocecita interior. «¿No te das cuenta de que todos sabrán lo que él pretende? ¿O lo que tú quieres de él?» Se estremeció de nuevo, y esa vez su reacción hizo que Nick frunciera el ceño. 

—Lo siento, Nick —respondió a toda prisa—, pero la verdad es que no suelo salir con hombres. 

La expresión de Nick la hizo desear que el suelo se abriera bajo sus pies y se la tragara. Por supuesto, no había querido decir lo que él había pensado. 

—Ya veo —respondió lentamente, con una expresión de intensa sorpresa. 
—Lo siento —murmuró ella, sintiendo que las mejillas le ardían. Pensó que tal vez era mejor que él pensara que era lesbiana; así no seguiría importunándola. 
—También yo lo siento —sonrió Nick con expresión sardónica, moviendo la cabeza; le dirigió una última mirada, como si aún no estuviera convencido de lo que ella acababa de decir—. Bien, señorita Miley Cyrus, te deseo toda clase de felicidad en tu vida. Creo que eres una mujer audaz —y diciendo eso salió, apenas un minuto antes de la llegada de Selena. 

Miley se hallaba sentada frente a su ordenador cuando su secretaria asomó la cabeza por la puerta. Nadie habría podido adivinar lo mal que se sentía en su interior: enferma, vacía y muy sola. 

1 comentario:

  1. hahhaha ahora el pensara que es lesbiana, ok no, soy dramatica, pero en serio, no me gusta que ella sea mayor que el

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