martes, 15 de enero de 2013
El Millonario- Capitulo 1
No había cambiado nada.
Aquella idea golpeó a Nick Jonas en las entrañas, despertando recuerdos durante mucho tiempo olvidados. Levantó el pie del freno de su vieja camioneta. El mugriento parabrisas estaba plagado de insectos y el interior, bajo el implacable sol de Wyoming, era un auténtico horno.
Miley Cyrus. La adolescente a la que había dejado muchos años atrás, se había convertido en una mujer. Diablos, ¿quién habría pensado que iba a ser la primera persona con la que se iba a encontrar en Wyoming? Así que su suerte no había cambiado.
—Maldita sea, Kate —gruñó para sí, como si su batalladora abuela, la mujer que había conseguido hacerlo volver a aquel rancho, pudiera oírlo, a pesar de que estaba muerta.
Al pensar en ello le temblaron las rodillas.
Las desgastadas ruedas de la camioneta giraron y se detuvieron bruscamente.
—Que el cielo me ayude.
En uno de esos fogonazos de la memoria, vio a Miley tal como la había tenido mucho tiempo atrás, tumbada sobre un campo de flores silvestres, con la melena dorada enmarcando su rostro. Salvo en los rincones más íntimos de su cuerpo, tenía la piel bronceada. Y él había besado cada centímetro, amándola con el salvaje abandono de la juventud, sin mirar en ningún momento hacia el futuro.
No había vuelto a verla desde hacía diez años. Aun así, sus entrañas se tensaban al pensar en ella y la temperatura se elevaba de tal manera que podría levantar la pintura de la camioneta y agostar la hierba que crepitaba bajo las ruedas mientras él aparcaba.
Miley no miró en su dirección. Estaba concentrada en el caballo de aspecto testarudo que estaba al otro extremo de la soga que sostenía con firmeza entre las manos. Ni siquiera parecía haberse dado cuenta de que había llegado. El caballo y Miley permanecían mirándose a los ojos, como en un duelo, con todos los músculos en tensión.
Miley no iba a retroceder ni un solo centímetro. Tan testaruda como siempre, decidió Nick.
—Ya me has oído, miserable y carísimo pedazo de carne de caballo —gruñó, sin apenas mover los labios—.Vas a... —se interrumpió bruscamente y perdió toda concentración al ver la sombra de Nick extendiéndose hasta el inicio de sus botas. Miró en su dirección, gimió y aflojó la tensión de la soga—. ¿Nick?
Al advertir su ventaja, el caballo giró la cabeza y consiguió arrancarle las riendas de la mano. Con un relincho triunfal, se levantó sobre sus patas traseras.
—Eh, espera... —pero el caballo ya se había alejado hasta el final del corral.
—Magnífico. Sencillamente magnífico. Ahora mira lo que me has hecho hacer.
—Yo no tengo la culpa de que hayas perdido el control del caballo —así que Miley continuaba teniendo una lengua tan afilada como siempre. En realidad, ya se lo imaginaba.
—Claro que sí —colocándose en contra del sol, lo miró—.Así que el nieto pródigo ha vuelto. ¿Qué te ha pasado? ¿Has perdido el Ferrari en una partida de póquer? ¿O te has confundido de camino cuando te dirigías hacia Europa?
—Algo así.
—¿Sabes, Nick? Eres la última persona a la que esperaba volver a ver en mi vida —tenía sus marcados pómulos sonrojados por el calor y las gotas de sudor rodaban por su nariz.
—Supongo que no te has enterado.
—¿Que no me he enterado de qué?
Nick sintió una ligera satisfacción al saber que era él el que iba a darle la noticia.
—Lo creas o no, yo soy el único propietario de este lugar.
—¿Tú? —lo miró a los ojos, como si pensara que estaba mintiendo para obtener alguna ventaja—. ¿Que tú eres el propietario del rancho Jonas? ¿Solo tú? ¿Y nadie más?
¿Había una nota de desaprobación en su voz?
—De todo el rancho, sí, ¿no lo sabías?
Miley palideció.
—Yo... sabía que alguno de los hijos o los nietos de Kate probablemente terminaría heredando el rancho, pero... jamás pensé... Oh, por el amor de Dios, ¿por qué tú?
—Yo tampoco lo entiendo.
—Ahora eres un hombre de ciudad, ¿verdad? —levantó ligeramente la barbilla, como si estuviera desafiándolo—. Hacía años que no ponías un pie en este lugar.
—Aproximadamente diez.
La vio desviar la mirada, como si ella tampoco quisiera pensar en el último verano que habían compartido. Parecía haber pasado toda una vida desde entonces, aunque todavía se le aceleraba ligeramente el pulso al verla. Pero eso tendría que cambiar.
—Entonces, ¿a qué has venido? ¿Piensas quedarte a vivir? —le preguntó, frunciendo el ceño como si le resultara imposible creerlo.
—Durante una temporada. Digamos que mi parte de la herencia tenía una sorpresa.
—¿Una sorpresa?
—Kate me dejó el rancho y todo lo que hay en él, bueno, casi todo, con la condición de que viva durante seis meses aquí antes de venderlo.
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