lunes, 18 de febrero de 2013

El Impostor- Capitulo 1


Le despertó la cegadora luz blanca de una tormenta de nieve de fines de primavera. Profiriendo un sordo gemido, Miley se puso boca arriba, pero la deslumbrante luz se coló por una rendija de las gruesas cortinas y logró introducirse por debajo de sus párpados. Era imposible ignorarla.
Soltó un profundo y sufrido suspiro. Había dormido sola, siempre lo había hecho, y probablemente siempre lo haría, de modo que podía suspirar hasta saciarse. «Odio Vermont», murmuró con amargura.
En abril nevaba a raudales; también en septiembre y ya había tenido que pasar por ello. Ocho meses atrás no le había importado. Su lado más cándido se había deleitado con las neviscas derritiéndose sobre las hojas de intensos colores. Ocho meses atrás desconocía lo real mente largo y aburrido que podía ser el invierno en Vermont.
La casa estaba tranquila; cosa que era de esperar teniendo en cuenta que la finca de los Jonas estaba cuidada por los criados más cualificados que el dinero pudiera comprar, y nada, ni siquiera una mota de polvo o un ruido involuntario, perturbaba nunca la aparente tranquilidad.
A veces, como ahora, Miley deseaba bajar hasta el vestíbulo de parqué de roble corriendo descalza y cantando con todas sus fuerzas. A veces quería reír en voz alta, gritar de rabia, llorar a solas. Pero en la actualidad esas veces eran menos frecuentes. Era una mujer sensible, que aceptaba lo bueno y lo malo de la vida. A todas horas rezaba en voz baja una oración que la serenaba, y la mayor parte de las veces se sentía tan tranquila y dócil como aparentaba. La buena y dulce Miley. Leal y noble, con quien uno siempre podía contar.
La nieve densa era una de las cosas que escapaban a su control. Se levantó de la cama y descorrió las cortinas, dejando que entrara la deslumbrante luz por la ventana. Fuera estaba silencioso y hacía frío; la noche había dejado más de un palmo de nieve en el sur de Vermont, pero los encargados de mantenimiento ya la estaban despejando de acuerdo con su habitual y discreta eficacia. Miley apoyó la frente en el traslúcido cristal, respirando profundamente. Tal vez se sentiría mejor envuelta por el aire fresco y frío del exterior. Incluso aunque necesitara desesperadamente los rayos del sol para calentar sus huesos y no congelarse.
Siempre podía volver a meterse en la cama, subiendo el edredón hasta taparse las orejas, pero por alguna razón esa nunca había sido una opción, no desde el otoño pasado en que, al volver a casa para cuidar de tía Sally, se había trasladado al antiguo cuarto de Nick. Hacía más de diez años que Sally había guardado las pertenencias de éste en el cuarto trastero, y Miley había comprado muebles nuevos, así como cortinas y alfombras, y una enorme cama antigua en un vano intento por sentirse como en casa. Pero eso no sucedió nunca.
Nick llevaba mucho tiempo fuera; de ser ingenua pensaría que le habían olvidado por completo. Sin embargo, todos se acordaban del hijo perdido, hasta los poderosos e inalterables Jonas.
Suspiró. Tal vez debería reclamar la habitación pequeña y funcional del ala este, donde había dormido siempre que venía de visita. Al menos allí se sentía cómoda, y no como una impostora que usurpaba la mejor habitación de la casa.
Estaba siendo ridícula y lo sabía. Pero se sentía extrañamente inquieta desde hacía ya algunas semanas. Como si algo crucial estuviese a punto de ocurrir.
Se empezó a alejar de la ventana, que se heló. Alguien había deja do el coche aparcado en la entrada del camino que rodeaba la casa, justo enfrente de la puerta, a primera vista sencilla, del edificio principal. Había un jeep negro viejo y oxidado sobre la nieve, y a juzgar por la altura de la nieve que cubría los tapacubos, dedujo que debía hacer horas que estaba allí. La noche anterior Miley se había ido a la cama hacia las once y no lo había visto. Se había levantado un poco más tarde de lo habitual, pero aun así apenas pasaban unos minutos de las ocho. ¿Quién, por el amor de Dios, podía haber llegado en plena madrugada? ¿Le habría pasado algo a tía Sally mientras Miley había permanecido echada en la cama quejándose del tiempo?
Tenía un armario lleno de camisones de seda, regalos todos ellos de diversos miembros, carentes de imaginación, de la familia Jonas Miley usaba camisetas grandes para dormir, y así corrió hasta el vestíbulo, descalza y sin tomarse la molestia de ponerse un albornoz encima.
La casa principal de la mansión de los Jonas consistía en un edificio central con un ala a cada lado. La habitación de Miley estaba en el segundo piso; las dependencias de tía Sally ocupaban la totalidad del primer piso del ala oeste. No se oyó ni un ruido mientras Miley bajaba las escaleras corriendo y llegaba a la habitación de Sally, cuya puerta estaba abierta, sin aliento y aterrada.
La anciana estaba tumbada en la cama de hospital que había al fondo de la habitación, tranquila, callada y con los ojos cerrados. Las cortinas estaban echadas, y sólo una tenue luz penetraba la artificial penumbra. Tía Sally llevaba más de un año postrada en la cama, cada vez más cerca de la muerte, pero por muy cerca que se esté de ella, uno nunca está preparado del todo.
—¡Tía Sally! —La voz de Miley se rompía mientras se adentraba en las sombras, dispuesta a arrojarse sobre la cama y llorar.
Un brazo salió disparado, agarrándola antes de que pudiera cruzar la habitación, y estaba demasiado asustada para hacer algo que no fuera dejarse llevar de puro pánico.
Con los ojos marchitos abiertos, tía Sally intentó reconocerla en la oscuridad.
—¿Eres tú, Miley? —preguntó con voz soñolienta pero sorprendentemente  fuerte.
Quienquiera que la estuviese sujetando no parecía tener intención de soltarla, pero ahora la atención de Miley estaba centrada en la mujer que había sido como una madre para ella.
—¡Estás bien! —exclamó, sin tratar de disimular el alivio que sentía. — Pensaba que había ocurrido algo.
El arrugado rostro de tía Sally parecía extrañamente luminoso.
—Y así es, Miley. Ha ocurrido lo mejor del mundo.
Entonces Miley se dio cuenta de que alguien le seguía impidiendo acercarse a tía Sally. Se dio la vuelta; él le soltó el brazo y retrocedió. Ella alzó la vista y le miró fijamente, en silencio, asombrada, observándole de arriba abajo.
—Ha vuelto —anunció tía Sally, con voz inequívocamente alegre—. Ha vuelto a mí.
Hablaba como si acabase de recuperar a un amante perdido. El hombre debía de tener entre treinta y cuarenta años, cosa que hacía descartar tal posibilidad. Era alto, aunque no tanto como algunos fa miliares de tía Sally, delgado, llevaba unos tejanos desteñidos y un jersey grueso de algodón que había conocido épocas mejores. Su pelo con rulos castaños necesitaba un corte; su atractivo rostro, un afeitado. No había nada que reprocharles a sus impresionantes ojos, salvo desear que no la escrutaran con expresión tan cínica.
No le había visto en su vida; estaba completamente segura de eso.
—¿Quién? —preguntó, clavando los ojos en él—. ¿Quién ha vuelto?
Su sonrisa no era especialmente desagradable; tan sólo ligeramente burlona, como si hubiese esperado que ella reaccionara así.
—¿No te acuerdas de mí, Miley? —murmuró él. Su tono de voz era grave, algo ronco, la voz de un fumador—. ¡Menudo chasco!
—No te conozco. —No quería conocerle. Le envolvía un aura de peligro que era ilógica a la par que inconfundible.
—Es Nick, Miley —dijo tía Sally con júbilo—. Mi hijo ha vuelto a casa.
Miley, incrédula, se quedó paralizada. Tendría que haberse sorprendido, pero en el fondo una parte de sí misma había adivinado quién era. Quién fingía ser.
Nick Jonas, el único hijo de Sally Jonas, heredero de la mitad de su fortuna, había vuelto en el momento oportuno, casi veinte años después de su desaparición. Demasiado bonito para ser verdad.

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