viernes, 5 de abril de 2013
El Impostor- Capitulo 13
Patsy Jonas parecía más joven que su hijo George y sólo ligera mente más guapa. Cosa que no era de extrañar teniendo en cuenta que su rostro y su cuerpo, de cincuenta y ocho años, estaban en constante progreso, que continuamente daban fe de los milagros de la cirugía estética, el ejercicio compulsivo y todas las dietas de moda conocidas por las mujeres. Era una perfecta imitación de una Barbie, una combinación de maquillajes de setenta y cinco dólares los cien gramos y bronceado artificial en las más sofisticadas máquinas de rayos ultra violeta. Esta Jonas de ojos pardos clavó la vista en Miley con su habitual y ambiguo desinterés, y encendió un cigarrillo con experta elegancia.
—¿Cómo estás, Miley? —Ese era su saludo característico. No tenía el menor interés en la respuesta de Miley, pero eso no le impidió a ésta decir la verdad.
—Preocupada —respondió rotundamente.
La reacción de Patsy era más una mueca que una sonrisa.
—¿Acaso no lo estamos todos? ¿Dónde está el misterioso heredero desaparecido? No he alterado mis planes de hoy y me he arrastrado hasta aquí sólo para holgazanear y perder el tiempo.
Estaba estirada en el sofá del salón, sus piernas perfectas, decorosamente cruzadas. No era casualidad que se hubiera estirado en un sofá de color rosa que acentuaba su traje de chaqueta beige claro. Patsy sabía cómo escoger los complementos, incluso cuando se trata ha de servir de adorno a los muebles.
—No he visto a Nick en toda la mañana —comentó Miley, omitiendo el hecho de que había procurado evitarle a toda costa desde su llegada a Vermont unos tres días antes—. ¿Hace mucho que has venido?
—Tengo la impresión de que hace horas, cariño —respondió casi bostezando con delicadeza—. Me ha traído George; siempre ha sido un hijo maravilloso. Aun así, todo esto es agotador, ¿no te parece? Anda, ve a buscar a Nick y dile que su querida tía Patsy se muere de ganas de volver a verle. Por no mencionar a su primo George. Los dos tenían la misma edad y de pequeños eran uña y carne.
—Siguen teniendo la misma edad y nunca se han soportado —señaló Miley. Patsy la ignoró, siempre dispuesta a cambiar la historia familiar como le convenía.
Las cosas habían ido de mal en peor. Patsy y Warren eran ciertamente malvados; George Clarendon, conocido en su juventud como George el Granuja, era el peor de todos. Un joven elegante, guapo, sarcástico, que parecía estar siempre observando a todo el mundo, haciendo una lista mental de sus defectos.
—Creo que Nick se ha ido con Warren otra vez. Al parecer se llevan muy bien —dijo con frialdad.
Patsy la miró fijamente.
—¡Qué sorpresa! —susurró—. Nunca me hubiera imaginado que Nick y Warren pudieran congeniar. Claro que han pasado dieciocho años. Las personas cambian.
—Sí.
—Aun así —continuó Patsy—, me parece realmente curioso. Si Warren le acepta sin reservas, entonces no creo que haya razón alguna para que yo dude que es el verdadero Nick. A fin de cuentas, Warren es mucho más observador y desconfiado que yo; me lo dice constantemente. Supongo que debo creerle cuando dice que es el auténtico Nick.
Miley no dijo absolutamente nada, ocasión que Patsy no desperdició.
—Sally cree que es él, ¿verdad?
—Totalmente.
—¿Y tú, querida?
Miley odiaba que la llamaran querida, y sospechaba que Patsy lo sabía. Logró esbozar una fría sonrisa.
—Soy desconfiada por naturaleza. —Patsy se encogió de hombros.
—Supongo que yo tendré que sacar mis propias conclusiones. —Miró por la ventana. El día era gris y frío, y aún quedaban restos de la reciente nevada cubriendo el paisaje pardo y llano—. No es la mejor época del año para convocar una reunión familiar. Tessa y Grace también vienen hoy, pero al menos he convencido a Grace de que no traiga a sus repugnantes hijos. Los niños me producen urticaria.
Miley no se había dado cuenta de que las cosas podían seguir empeorando de forma drástica, pero la inminente llegada del resto de los hijos mayores de Patsy era la gota que colmaba el vaso.
—Iré a decírselo a Constanza —se ofreció, dando vueltas por el salón, deseando largarse de ahí y dar un ****azo a algo.
—No será necesario, querida —dijo Patsy con un lánguido movimiento de la mano—. Ya la he avisado. Aunque supongo que habrás estado durmiendo en la habitación que Tessa ocupa normalmente. ¿Te importaría dejarla libre? Tessa es muy especial para esas cosas, y si debe compartir habitación, preferirá que sea con Grace. ¿Lo entiendes, verdad? —Sonrió con dulzura.
—No hay problema —afirmó Miley sin inmutarse.
—Menos mal que Sally renovó la casa hace unos cuantos años, de lo contrario estarías instalada en las dependencias de los criados con Ruben y Constanza. No es que eso sea nada grave; Sally les mima muchísimo, siempre ha sido fácil sacarle el dinero. —Obsequió a Miley con una amable sonrisa.
Miley tardó algunos segundos en darse cuenta del hormigueo que sentía en los dedos. Apretaba las manos con tanta fuerza que hahía perdido toda sensibilidad en ellas. Se obligó a relajarse, a responder a su sonrisa de niña mimada con otra sonrisa. Conocía a Patsy de toda la vida, y sabía distinguir perfectamente entre lo que era pura malicia y lo que era simple consecuencia directa de sus intereses personales.
—Iré a trasladar mis cosas —anunció Miley—. ¿A qué hora vendrán Tessa y Grace?
—Oh, estarán aquí de un momento a otro —respondió Patsy con ligereza—. Busca a Nick, ¿quieres?
—Por supuesto —dijo, mintiendo más que hablando. La última persona del mundo que deseaba ver en ese momento era al falso Nick Jonas, aunque encontrarse con George el Granuja le iba la zaga.
Como era de suponer, Nick la estaba esperando en el pasillo, justo frente a su habitación.
—Tienes cara de pocos amigos —le dijo con displicencia. Estaba apoyado contra la pared, observándola con ojos entornados y expresión indescifrable. Llevaba puestos unos tejanos desteñidos que se adaptaban a su largirucho cuerpo, un jersey grueso de algodón y zapatillas de deporte.
Miley se detuvo y le miró con expresión crítica.
—No vistes como un verdadero Jonas —le espetó con brusquedad.
—Tu comentario no me ha dolido y ni mucho menos me matará se defendió él—. ¿Y cómo se viste un Jonas, si puede saberse?
—¿No te lo ha dicho tu fuente de información?
Nick chascó la lengua.
—¡Mira que llegas a ser cruel, Miley! ¿Por qué te resistes a confiar en mí?
—Averígualo tú mismo. —Le apartó de un empujón y entró en su habitación dando un portazo. El detuvo la puerta, entró también y le la cerró despacio. Estaban solos allí dentro.
Miley no le hizo caso. Abrió un cajón de golpe y sacó su ropa cuidadosamente doblada. Nick permaneció de pie observándola.
—¿Es éste el tipo de ropa que llevan los Jonas? —preguntó con curiosidad, inclinándose para coger sus pantalones caqui perfectamente planchados—. La encuentro aburrida y yuppie.
—Dudo mucho que sea yuppie —comentó Miley secamente—. Los Jonas no pueden ascender más socialmente; ya están en la cima de la pirámide social. Si quieres saber cómo vestirte, fíjate en tu primo George.
—¿Va a venir? —Nick dio un chasquido de disgusto—. ¿Sigue haciendo honor a su apodo?
—No —le respondió—. Ya está aquí, anhelando el conmovedor reencuentro. Si me disculpas, tengo que dejar libre esta habitación para sus hermanas y no dispongo de tiempo para una conversación trivial.
—¿También te echan de aquí? Siempre puedes venir a dormir conmigo.
Era lo que le faltaba por oír tras una serie de espantosos e interminables días. Sin pensárselo dos veces, Miley alargó el brazo y le dio una sonora bofetada que alteró la tranquilidad reinante en la habitación.
Nick no se inmutó, ni se movió. Su mirada azul verdosa se endureció unos instantes, pero a continuación su boca perversamente sensual dibujó una sonrisa.
—Eso ha sido un error, querida Miley —susurró.
—¿Tuyo o mío? —Le sorprendía lo que acababa de decir, pero no estaba dispuesta a exteriorizarlo. Era la primera vez en su vida que pegaba a alguien, y ahí estaba él, con una marca en la cara que enrojecía su piel blanca.
—Lleguemos a un término medio. Yo me guardo para mí mis pensamientos lascivos y tú vigilas que tus manos se estén quietecitas. —Su aspecto arrepentido resultaba cautivador, era tan similar al del auténtico Nick intentando recuperar el favor de alguien, que a Miley se le encogió el corazón.
Le tendió la mano. Tenía unas manos fuertes y bonitas, unas manos masculinas, de largos y elegantes dedos. Miley no lograba recordar cómo eran las manos de Nick.
—¿Hacemos las paces? —preguntó él con amabilidad, mintiendo.
Miley miró su mano fijamente.
—Por encima de mi cadáver.
Pensaba que se pondría furioso. Esperaba menosprecio y furia, en su lugar sonrió abiertamente con una suficiencia sagaz que seguía siendo irritablemente atractiva.
—¡Ay, Miley! —susurró Nick—. ¡Va a ser tan divertido ganar tu confianza!
Y se fue, cerrando la puerta con suavidad al salir.
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