domingo, 7 de abril de 2013

El Impostor- Capitulo 17 (largo)


Nick estaba tan ocupado desplegando sus encantos con Constanza que apenas desvió la vista cuando Miley entró en la cocina y dejó su taza vacía sobre la encimera de azulejos.

—Es fantástico que el señorito Nick esté aquí —declaró Constanza entusiasmada.
—¡UHF …! —Miley se sirvió otra taza de café en la que metió deliberadamente un tranquilizante que había sacado de su frasco de pastillas. Nick no se sorprendió demasiado.
—Me temo que Miley no está de acuerdo contigo, tanza —dijo él perezosamente.

Alguien debía haberle dicho cómo apodaba el verdadero Nick a la mujer que durante su infancia había sido medio cocinera medio niñera. Miley no oía ese apodo desde hacía años.

—¿No se alegra de que usted haya vuelto? —preguntó sorprendida.
—No está segura de que sea yo.

Constanza se rió.

—No diga bobadas, señorito Nick. ¿Cómo iba a pensar que no es usted? ¿Cómo podría dudar? La señora Jonas le conoce; es imposible que una madre no reconozca a su hijo. Además, está igualito que antes.
—No, por Dios —comentó él con sinceridad—. He ganado en edad y en sabiduría.
—Tal vez —susurró Miley. Constanza sacudió la cabeza.
—Se pasaban el día entero discutiendo. No debería sorprenderme que sigan haciéndolo. Y ahora, a sentarse, que haré huevos revueltos para desayunar.
—No tengo hambre, Constanza. Prefiero que salgamos ya.
—Nunca tiene usted hambre, señorita Miley —le regañó Constanza—. Es un insulto a mi cocina, y no pienso consentirlo. Si no se sienta y come algo, se lo diré a la señora Jonas, y ya sabe lo mucho que se preocupará.

Ambas sabían que era una amenaza llana. Ninguna de las dos tenía intención de inquietar más a Sally, pero Miley se sentó igual mente, resistiendo el impulso de sacarle la lengua a Nick.

—Hazme sólo una tostada —susurró antes de dar un sorbo de café.
—Se morirá de hambre —le advirtió Constanza—. Además, ¿a qué viene tanta prisa?
—Quiero volver lo antes posible.

Constanza se acercó a Miley, y se puso las manos en la cadera.

—¿Qué tontería es esa? Necesita tomarse un respiro, apenas ha salido de casa en los últimos ocho meses. La señora Jonas no se va a morir en cuestión de horas, y entre todos nos ocuparemos de ella. Tómese unos días libres y diviértase. Le sentará bien la brisa del mar.

Nick contemplaba la escena con gran interés, y Miley hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no prestarle atención.

—Puede que más adelante —comentó.
—Te refieres a después de que mamá haya muerto? —murmuró Nick—. ¡Eres una morbosa!

Miley había dormido muy pocas horas y bebido demasiado café.

—Llevo más de un año tratando de aceptar la inminente muerte de Sally. Lo siento si te parezco algo brusca, pero tampoco has estado aquí para poderte hacer a la idea.
—A ver si te aclaras, Miley. O soy un maldito farsante sin derecho a acaparar toda la atención, o soy un hijo malvado y desagradecido que ha llegado demasiado tarde para hacer algo positivo.
—Para mí está claro.
—¿Ah, sí? Entonces no hace falta que te pregunte por qué opción te decantas, ¿no?
—De cualquier manera, eres despreciable.
—Querrás decir «dezpreciable».

Soltó la taza de café, mirándole súbitamente sobresaltada. De pequeña sólo le unía una cosa con el salvaje de Nick Jonas: una inexplicable pasión por Bugs Bunny y su pandilla. «Dezpreciable» y «¿Qué hay de nuevo, viejo?», eran sus contraseñas.

Sin embargo, Nick estaba muerto y esos dibujos animados, como los del Pato Lucas, los reponían cada cierto tiempo. Cualquier niño de la generación de Nick los habría visto mil veces. Era una casualidad que hubiera acertado, pura lógica.

Era exasperante.

Nick se levantó antes de que Miley dijera nada y ésta se forzó a mirarle. Iba vestido igual que antes, con la misma ropa holgada y de desenfadada, unos tejanos descoloridos y un jersey de algodón, y ni siquiera se había tomado la molestia de peinarse esa mañana. Tal vez Nick pensaba que un poco de desorden en su cabello le hacía parecer más tractivo. Tal vez estuviera en lo cierto.

—Venga, princesa. Eres tú quien tiene tanta prisa. Si tienes hambre pararemos por el camino en un McDonalds.

Miley se estremeció sólo de pensarlo.

—Los Jonas no comen en McDonalds —dijo.
—Tú no eres una Jonas

Fue una afirmación hecha sin malicia. Necesitó hacer uso de todo ti auto-control para que su reacción no se le reflejase en el rostro, para no responderle con el obvio «Tú tampoco». Le ignoró, y se le levantó también.

—Iré un momento a despedirme de Sally. —Caminó en dirección a la puerta pero él la agarró del brazo, acercándola hacia sí; Miley tuvo la sensatez de no intentar soltarse.
—Está durmiendo. Ha pasado una mala noche. Ya le he dicho adiós de parte de los dos.
Permaneció quieta durante un instante. No había nada que pudiera decir, ni forma alguna de defenderse. Se limitó a asentir con la cabeza.
—De acuerdo. Entonces iré a buscar mi maleta.
—¿Para qué necesitas una maleta? Creía que estabas decidida a no pasar la noche fuera.
—La señorita Miley es una mujer muy precavida —anunció Constanza, orgullosa—. Siempre le ha gustado estar preparada para todo.
—¡Ah…, pero eso es imposible! —exclamó Nick—. El destino tiene la manía de jugarnos malas pasadas.

Miley clavó los ojos en él el tiempo necesario para asegurarse de que supiera que ella le consideraba una de las peores bromas que el destino le había gastado jamás.

—Te veré en el coche.

Miley Cyrus le divertía. Sabía que era grosero y despiadado por su parte reírse de su orgullo y sus enfados, pero ya no tenía esperanzas de ser mejor persona. De su vida, que había sido dura, no culpaba a nadie más que a sí mismo. Había tenido que luchar por lo quería y seguir adelante. De ahí que no le conmovieran lo más mínimo las emociones ridículas y superficiales.

Miley no conseguiría nunca aquello que tanto quería. Nunca sería una Jonas, nunca pertenecería a esta familia de engreídos hipócritas, cosa que debería alegrarle; pero no era así. Siempre que le mencionaban esa carencia respondía como una rata de laboratorio.

No es que se pareciera especialmente a una rata. Nick la había estado observando, de pie, junto a su improvisada cama en la biblioteca; debería estar agradecida por que hubiera resistido a sus peores impulsos y no se hubiera metido en la cama con ella.

Sólo Dios sabe cuánto lo había deseado. Habría sido tan sencillo: se habría estirado encima de Miley y sin darle tiempo a gritar, le habría tapado la boca con la suya.

Ella le habría pegado. Habría pataleado y forcejeado con él durante más o menos treinta segundos. Luego le habría devuelto el beso.

No estaba siendo especialmente vanidoso. Algunas mujeres se sentían atraídas hacia él, otras le despreciaban. Casualmente, Miley Cyrus encajaba en ambas categorías.

Debería dejarla en paz. A Miley le había costado mucho tener una vida tranquila, y su aparición ya era lo bastante perturbadora. Seduciéndola no haría sino empeorar las cosas.

Claro que Nick no veía precisamente con buenos ojos su vida sosegada y segura, y era lo suficientemente egocéntrico para dar su opinión al respecto. Creía que Miley era demasiado joven para encerrarse en una tumba viviente. Demasiado joven para consagrar su vida a una familia de dinosaurios que ni entonces ni antes, obviamente, le había servido de nada. Necesitaba urgentemente espabilarse un poco; él se encargaría de ello.

Miley le estaba esperando de pie junto a la puerta del coche, del maltrecho y viejo jeep. Con el pelo anudado fuertemente en un pequeño moño a la altura del cuello, y el impermeable negro envolviendo su esbelto cuerpo, hacía todo lo posible para tener aspecto de profesora respetable. Nada más lejos de la realidad.

Nick consideró la posibilidad de abrirle la puerta, pero decidió no hacerlo. Al auténtico Nick no le hubiera importado abrirle la puerta del coche a su casi prima. A ése que estaba ahí, le interesaban más las cajas fuertes de los bancos y los dormitorios.

Constanza tenía razón; Miley era muy prudente. Desenterró el cinturón de seguridad, apenas usado, y lo abrochó, sosteniendo con firmeza en su regazo el bolso de piel, como una especie de protección. Nick bien podría haberle dicho que nada la mantendría a salvo.

Viajaron en silencio durante los primeros veinte minutos; el de Miley era un silencio hostil, el de Nick era divertido. Al llegar a la altura del letrero de McDonalds, Nick puso el intermitente; entonces Miley se decidió a hablar.

—No quiero tomar nada —dijo—. Es demasiado temprano para comer porquerías.
—Nunca es demasiado pronto para eso. —Detuvo el coche a la altura de la ventanilla del McAuto—. Míralo de esta forma: necesitaras energía para seguir peleándote conmigo. No se puede ofrecer mucha resistencia con el estómago vacío.
—¿Quién ha dicho que quiero pelearme contigo?

Nick la miró.

—Tal vez las oleadas de hostilidad que siento son fruto de mi imaginación —comentó él tranquilamente.
—Vete al infierno.
—Aunque tal vez no. —Alargó el brazo, cogió la comida, y puso tina bolsa en el regazo de Miley—. Cómetelo.
—No puedes obligarme.
Nick rió en voz baja.
—Sí, sí puedo —replicó.

Miley le creyó.

Nick no había visto nunca a nadie tardar tanto en comerse un Huevo McMuffin con beicon y unas patatas Deluxe. Se los comía sin ganas, desmenuzándolos en trocitos.

—Estás demasiado delgada —señaló, mirando a la carretera.
—Si crees que vas a conquistarme con esa sarta de sandeces, ya puedes ahorrarte saliva —dijo con mordacidad.
—¿Qué te hace pensar que quiero conquistarte?
—Me he equivocado de palabra. Estás tratando de persuadirme, al igual que has hecho con el resto de los Jonas. Tienes a casi todos en el bolsillo; casi todos te han creído. Y no vuelvas a decirme que no soy una Jonas, porque lo sé perfectamente.
—Entonces, ¿por qué te sigue molestando? Yo, en tu lugar, no querría ser uno de ellos. Todo te iría mejor.
—¿Eso piensas? Suponiendo por un momento que fueras el verdadero Nick Jonas, algo totalmente descabellado, ¿estarías mejor sin ellos? ¿Intentarías no ser uno de ellos?

Nick no quería responder a sus preguntas; no, cuando eran tan di rectas.

—¿Tu qué crees?

Miley estrujó el papel con los restos de comida y lo metió en la bolsa.

—Yo creo que eres un tramposo y un mentiroso. Un impostor dispuesto a usurparle a una anciana moribunda su fortuna.
—Si se está muriendo, no creo que vaya a necesitar su dinero mucho más tiempo.
—¿Dudas de que se esté muriendo?
—No. Ya me he dado cuenta de que no le queda mucho de vida. Y también de que lo mejor que le puede suceder es tener a su querido hijo junto a ella. Está feliz, Miley. ¿Acaso eso te molesta?
—Lo que me molesta es que esa felicidad sea falsa; que esté basada en una mentira.
—No vivirá lo suficiente para averiguar si es o no es mentira. Morirá sabiendo que su añorado hijo ha vuelto con ella. Morirá rodeada de su adorada familia. ¿Qué más se puede pedir? ¿Quieres privarla de eso? ¿Quieres arrebatarle a su hijo, ahora que finalmente le ha encontrado?
Miley permaneció callada unos instantes.
—No quiero hablar más del tema —dijo finalmente, con voz can sada—. No he tenido más remedio que venir contigo, pero eso no significa que tengamos que discutir durante las cinco horas de ida y las cinco de vuelta.
—Podemos hablar de otra cosa.
—No quiero hablar de nada. Quiero olvidarme hasta de que existes —le espetó sin piedad. Volvió la cabeza y miró por la ventana.
—No te preocupes, Miley. En cuanto Sally haya muerto, me iré de tu vida y todo habrá terminado. Nunca más tendrás que pensar en mí.

Miley no respondió. Su expresión parecía ausente, contemplando la grisácea luz matutina, y Nick se permitió el placer de observarla mientras conducía. Había conocido a mujeres corrientes, a mujeres guapas, amables y otras crueles. Las facciones de Miley Cyrus eran perfectas: nariz recta y estrecha, pómulos prominentes, labios dulcemente generosos y ojos azules grandes y preciosos. Su piel era perfecta, y su cuerpo esbelto y deliciosamente curvado, aunque le convenía ganar algo de peso. En conjunto, debería resultar físicamente irresistible.

Sin embargo, había un muro a su alrededor, un muro de alambre de espino y hielo, y fuera lo cariñosa que fuera la persona que estaba al otro lado de esa barrera, Miley seguía sin estar a su alcance. Las señales de aviso estaban en todas partes —prohibido el paso—, y sin embargo su fría belleza era perversamente tentadora. Cualquier hombre sensato se mantendría a distancia de ella.

Nick no era un hombre sensato. Disfrutaba con los retos. Era un hombre que sabía demasiadas cosas de Miley Cyrus, probablemente más que ella misma. Un hombre al que le gustaba el peligro. De lo contrario habría seguido siendo Sam Kinkaid al otro lado del océano, y estaría bronceándose bajo el sol del mediterráneo en su casa de la toscana.

Pero estaba aquí; y ella también, con los brazos firmemente cruzados sobre su pecho, y con la mirada en otra parte, fría, silenciosa, reservada. Aquí estaba, a la merced de Nick al menos durante las próximas doce horas, horas que él esperaba con ilusión.

Los asientos delanteros del jeep eran muy estrechos y el aire estaba cargado como en un coche de carreras. Miley procuraba ignorarle a toda costa, haciendo ver que dormía, mirando por la ventana, contestando a sus comentarios ocasionales con un desalentador

«Mmmm. . . ». Pero por mucho que lo intentara, no podía librarse de la abrumadora sensación de su presencia, que la inquietaba y la presionaba, que la agobiaba. Él estaba allí, junto a ella, a su alrededor, estorbando, exigiendo incluso cuando no decía una palabra.

Miley sabía que toda la culpa era suya. A su edad  ya había aprendido a liberar emociones, a superar desengaños, a ser flexible con aquello que la irritaba. Y sin embargo, el impostor que se hacía pasar por Nick Jonas parecía ser insensible a todas sus defensas. Conseguía sacarla de quicio con su sonrisa ligeramente burlona, sus brillantes ojos azules verdosos y sus andares sexys y desgarbados.

Respiró profundamente, y sacó el aire despacio, intentando soltar la tensión que sentía dentro. Lo hizo cinco o seis veces, pero no pareció surtir efecto. Sólo consiguió marearse.

—¿Necesitas más tranquilizantes? —preguntó Nick, arrastrando las palabras y deteniendo el coche frente a la oficina de los ferrys. Había llegado hasta el puerto de Woods Hole sin ningún problema, cosa que despertó en Miley momentáneas dudas. El camino estaba bien señalizado y él era un hombre concienzudo y experimentado. Con toda seguridad llegaría también sin vacilar a la casa de Water Street una vez estuvieran en la isla. Miley no debería dejar que su inteligencia le sorprendiera o le hiciera dudar de aquello que sabía que era verdad.
—Estoy bien —respondió ella en voz baja pero firme.
—Estás muy tensa, Miley. Me sorprende tu falta de flexibilidad.
—Estoy preocupada por Sally. No me he separado de ella en todo este año, desde que su salud empeoró. No me gusta dejarla.
—Dedicarse durante un año a alguien que tiene servicio y de enfermera las veinticuatro horas del día es mucho tiempo. No te necesita permanentemente a los pies de su cama.

Miley se volvió para mirarle.

—No, es cierto, pero yo sí necesito estar allí.

Casi deseaba que no hubiera sitio en el ferry para meter el coche. No debería subestimar a Nick; ya había reservado una plaza, y llegaban justo a tiempo para zarpar.

¡Hacía tantos años que no cogía un ferry, que no iba a Edgartown! Hubo una época en que la antigua mansión fue motivo de discusiones entre los hermanos Jonas; todos querían la parte que les correspondía. De todas las casas de los Jonas, ésta era la más importante, mucho más valiosa que el apartamento de Park Avenue o la impresionante finca de Vermont. Sin embargo, Sally perdió el interés por ella no mucho después de la desaparición de Nick, y Miley estaba igualmente encantada de dejar de ir a un lugar lleno de dolor y de recuerdos ocultos. Warren, Patsy y sus hijos hicieron buen uso de la casa; en ella George dio fiestas asiduamente; pero Miley no había vuelto a ir desde hacía más de doce años.

Se le ocurrían formas más agradables de volver que hacerlo con alguien que fingía ser un hombre que estaba muerto. Nick Jonas, de diecisiete años y ojos salvajes y furiosos, la perseguía. Su espectro deambulaba por la isla, vagaba por Lighthouse Beach, paseaba entre las sombras del jardín de la parte posterior de la antigua mansión. El fantasma de Nick Jonas  vivía aquí, y traer a un impostor ante su presencia parecía estar siendo un gran error.

Miley se alejó del coche y del hombre que se hacía llamar Nick y fue en busca de una taza de café, que bebió a sorbos mientras veía como la isla surgía del mar. Pensaba que era más temprano; ya era media tarde y el trayecto en ferry estaba siendo más largo de lo que recordaba. Tal vez era porque ansiaba el fin del viaje.

Cuando volvió al coche, en cuyo interior Nick ya la estaba esperando, el ferry atracó. Ignoraba Cuánta información poseía, pero no tenía la intención alguna de ayudarle a encontrar la casa de Water Street. Ese hombre no necesitaba ninguna clase de ayuda.

Miley conocía esa enorme y antigua mansión blanca de estilo victoriano desde su más tierna infancia, si bien en temporada baja su aspecto era extraño y distinto. Al igual que las demás casas de Water Street, tenía las persianas cerradas, el mobiliario del porche guardado las señales de «prohibido el paso» claramente visibles. A esa zona ya había llegado la primavera; habían brotado algunas hojas pequeñas y bajo la capa de rocío que lo cubría, se adivinaba el césped verde.

Miley miró a Nick cuando éste aparcó el coche y bajó de él, parecía estar totalmente familiarizado con el lugar. Claro que también era posible que hubiera estado allí antes, como parte de su entrenamiento. Sabía demasiado sobre el verdadero Nick Jonas; alguien cercano a la familia debía haberle ayudado. Tal vez un Jonas mismo.

Nick le devolvió la mirada.

—¿Quieres que te abra la puerta? —preguntó articulando las palabras.

Había permanecido sentada en el coche, en trance. Tiró de la manilla de la puerta, sin darse cuenta de que aún llevaba el cinturón abrochado. Murmuró alguna palabra malsonante y finalmente salió del coche con movimientos torpes. Lighthouse Beach se encontraba a sus espaldas, y se volvió para verla, incapaz de resistirse al impulso; su aspecto era desolado, estéril y desierto en medio del frío que hacía a pesar de que ya había comenzado la primavera.

No se había percatado de que Nick estaba detrás de ella, siguiendo su mirada, clavada en el abandonado faro de la playa.

—Casi no ha cambiado, ¿verdad? —murmuró.

Ella alzó la vista. Se le había acercado demasiado, claro que ni estando cada uno en una punta del país dejaría de tener la sensación de no estar lo bastante lejos de él. Motivado por la simple curiosidad y ajeno a lo que realmente había ocurrido, los ojos de Nick contempla ron el lugar donde el verdadero Nick Jonas había muerto.

—Hay cosas que no cambian nunca —comentó Miley en voz baja—. Otras, sí.

Nick sonrió ligeramente. Su sonrisa era reprobadora y sexy. Eso era lo único que tenía en común con el auténtico y desaparecido Nick.

Era sexy a rabiar y ella, tan vulnerable como cuando contaba trece años, estaba lejos de ser inmune.

Nick echó un vistazo a su alrededor, como si fuera la primera vez que veía todo aquello, lo que en realidad era muy probable.

—¿No te resulta un poco triste una zona residencial costera en temporada baja?
—A mí me gusta más.

Nick sonrió.

—Está bien. ¿Y qué me dices de un faro en desuso?

Miley negó con la cabeza.

—Todavía se usa. Funciona automáticamente con el fin de evitar que muera gente en la playa. —Escogió las palabras deliberadamente, para provocarle.

Pero el hombre que fingía ser Nick Jonas no se dio por aludido. Simplemente se encogió de hombros.

—Espero que dé resultado —dijo. Y caminó hacia la casa.

La casa estaba fría, oscura, húmeda y olía a cerrado. A pesar de que la primavera había llegado a Vineyard antes de lo habitual, los rayos del sol no habían penetrado en los rincones oscuros de la antigua mansión, y al entrar en el lóbrego salón Miley se estremeció de frío. Los muebles parecían enormes y cobraban un aire siniestro bajo las fundas holandesas, y las persianas impedían cualquier entrada de luz.

—Cojamos el cuadro y salgamos de aquí —ordenó, reacia a que darse más rato del necesario en la antigua casa. Había pasado mucho tiempo desde que vino por última vez, pero los recuerdos dolorosos todavía persistían. Si de ella hubiera dependido, jamás habría vuelto.

Nick pasó junto a ella, a oscuras, y abrió una de las persianas, dejando que la luz inundara la habitación.

—¿A qué viene tanta prisa?
—No quiero perder el último ferry.

Él se giró y la miró.

—Pensaba que ya te habías dado cuenta.

Si antes tenía frío, no era nada comparado con el repentino escalofrío que recorrió sus huesos.

—¿De qué?
—De que ya lo hemos perdido. ¿No has visto el tablón de horarios? He dado por sentado que sabías que si subíamos al barco no podíamos volver hasta mañana por la mañana.
—¡Eso es absurdo! Hay ferrys hasta las ocho de la tarde, y los fines de semana el último sale de noche.
—Eso es en verano, Miley. Estamos en temporada baja. El último ferry ha salido hace una hora, nos hemos cruzado con él de camino hacia aquí.
— ¿Y que hay del ferry en el que hemos venido? Se estaba preparando para zarpar...
—Se dirigía a Nantucket. No volverá hasta mañana. No tenemos más remedio que pasar aquí la noche, de modo que será mejor sacarle partido a la situación.
—Podría volver en avión...
—¿Y qué hacemos con el coche?
—Puedes quedarte y hacerle compañía.

Nick se apoyó en la pared.

—No sabía que me tuvieras tanto miedo.
—No te tengo miedo.
—Entonces ¿por qué tienes tantas ganas de irte? Una vez en tierra, tendrías que alquilar un coche y luego conducir unas cinco horas hasta llegar.
—Quiero volver con Sally.
—¿Por qué? No se va a morir hoy mismo. El médico ha dicho que por ahora se ha estabilizado.
—¿Has hablado con el médico? —Miley trató de ocultar su enfado.
—¿Por qué no? Soy su hijo. Su pariente vivo más cercano.

«Eres un tramposo y un embustero». No pronunció las palabras en voz alta, incluso controló la expresión de su cara aparentando estar tranquila.

—Por supuesto —murmuró, dándole la espalda.
—Escucha —dijo él—, si estás tan desesperada puedo intentar averiguar si hay algún avión que salga esta noche de la isla, pero estás haciendo una montaña de un grano de arena. No tienes por qué tenerme miedo.
—No me das miedo —afirmó de nuevo.
—Entonces ¿qué es lo que te asusta?

Ella le miró con frialdad, indignada.

—Absolutamente nada.
—Eso no es del todo cierto —replicó Nick con total tranquilidad—. Te dan miedo las arañas, el compromiso y Nick Jonas. También temes perder el dudoso concepto de familia que has aprendido entre los Jonas. Eres como una niña en una tienda de golosinas, te deslumbra aquello que nunca podrás tener, y te olvidas de que todo eso es insípido e inútil. Es un espejismo.
—No sigas —dijo ella. Era muy fácil saber que tenía pánico a las arañas; toda la familia lo sabía y por eso era objeto de burlas. Por otra parte, y dado que el compromiso no entraba en sus planes, era lógico que hubiera llegado a su edad sin haber entablado una relación romántica seria. En cuanto a que le tuviera miedo a Nick o no, ya fuera el auténtico o el que se hacía pasar por él, en fin, prefería no pensar en ello, no en este momento—. ¿Y qué tal un hotel? ¿O un hostal?
—Estamos en temporada baja, ¿recuerdas? ¿Es esta casa lo que te da miedo? ¿Acaso has visto un fantasma salir de dentro de un armario?
—Me trae a la memoria recuerdos desagradables —dijo con voz gélida.
—¿Por ejemplo?
—El día en que Nick murió. —Miley supo de inmediato que había hablado más de la cuenta. Durante un instante Nick palideció, luego se le acercó, con paso lento y hasta majestuoso, y ella no pudo volverse, no pudo sino permanecer quieta mirándole con absoluta parsimonia.
—¿El día que Nick murió? —repitió él—. ¿Qué te hizo pensar que había muerto? Simplemente huí. Eso es lo que pensaron todos, ¿ no es cierto?

Sus ojos azules la hipnotizaban, se hundían en sus entrañas.

—Sí —respondió.
—¿Sí, qué? ¿Que pensaste que estaba muerto? ¿O que todos los demás lo pensaron?

Aunque sabía que era de carne, y hueso y que no tenía nada que ver con el verdadero Nick Jonas más allá de un misterioso parecido, Miley no tenía ganas de mantener esta conversación con un fantasma.

—Todos se imaginaron que sencillamente habías huido.
—Todos, menos tú. ¿Por qué, Miley? ¿Por qué pensaste que había muerto? ¿Qué es lo que viste?

Miley se sentía hipnotizada por el sonido de su voz y esa suave insistencia que derribaba sus prudentes defensas.

—Nada —contestó.
—¿Por qué estabas tan segura de mi muerte, pues?
—Porque el auténtico Nick quería a su madre. Nunca hubiera desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra sin volver a dar señales de vida. Sally contrató a los mejores detectives privados para que le buscaran; ningún adolescente habría podido escapar de ellos.
—Te sorprendería lo que puede llegar a hacer un chico de diecisiete años, inteligente y decidido. Así pues, ¿qué creíste que me había ocurrido? ¿Que alguien me había descuartizado y había enterrado trozos de mí por toda la isla?

Miley detestaba el leve tono de burla de su voz.

—Creo que alguien disparó a Nick en la espalda y le arrojó al mar. Probablemente su cadáver fue arrastrado en dirección hacia Francia antes de ser devorado por los peces.
—¡Qué horror! —Nick la miraba con total tranquilidad, sin que su cara revelara nada en absoluto—. ¿Esto es fruto de tus fantasías morbosas o hay alguna razón en concreto que te lleve a afirmar que ocurrió así?

Miley tuvo el presentimiento de que él lo sabía. Fuera quien fuera, fuera lo que fuera, ese hombre sabía que a Nick Jonas le habían asesinado aquella noche. Y ahora sabía que ella también lo sabía. Había hablado demasiado, tendría que haberse mordido la lengua.

—Son imaginaciones mías —dijo ella quitándole hierro al asunto.

Entonces Nick esbozó una sonrisa poco amigable.

—Imaginaciones que pierden su sentido con mi repentino regreso. ¡Menudo chasco te habrás llevado! En muchos aspectos, además.
—No especialmente.
—¿En alguna ocasión le has dicho a Sally que creías que estaba muerto?
—Nunca se lo he dicho a nadie.
—¿Por qué?

Sin pedir permiso, volvió a la memoria de Miley el recuerdo de la oscura silueta, de la sangre sobre la arena, de la gélida neblina que la envolvía, agazapada tras una roca.

—No era más que una teoría —respondió, encogiéndose de hombros—, una teoría obviamente errónea, porque aquí estás, vivito y coleando.
—Obviamente —repitió él mirándola; la expresión de sus ojos repentinamente opacos era indescifrable. En cuanto a la verdad, sus posibilidades se entretegían como una telaraña que los atrapaba.
—Miley, ¿dónde está el retrato?

Miley no dijo nada, simplemente se alejó de él y se dirigió hacia lo que en su día fue el salón de la parte posterior de la casa. Nick la siguió y se detuvo al llegar frente al retrato, que miró con expresión inescrutable.
---------------------------------------------------------------------------------------------------
HOLO :D bueno les dejo un capitulo largo porque me voy en unas horas a Los Cabos y no podre subir, lo siento que no subi ayer como les habia prometido pero estaba ocupada y no me dio tiempo de adaptar nada, lo subo ahora porque no puedo dormir, hay una patrulla que esta haciendo ruido afuera de mi casa y no me deja dormir ¬¬' ademas de una ambulancia quien sabe que paso :S pero bueno... espero que les guste y cuando llegue tener comentarios.

Cami, el chiste es tenerlas con la intriga de si Nick es Nick hahaha o mejor dicho si Sam es Nick hahaha esta nove esta buenisima, es mi favorita y creanme, se van a llevar MUCHAS sorpresas ;D

Tarea: Dejenme un comentario con su teoria... ¿que creen que vaya a pasar más adelante? ¿que paso con Nick? ¿Nick es Nick? ¿que tiene que ver Sam con Nick? 

Les dare una pista de que pasa más adelante: Miley y Nick no son quien dicen ser :)

Ammm una cosa más... ME LEEN EN CHINA BITCHES :'D okya estaba viendo las estadisticas y vi China de verde y me puse toda happy :'D ME LEEN okya yo también tengo sangre china por parte de mi abuela :) 

Bueno comenten mucho, las quiero, regreso el Lunes o Martes y subo :D byeeeeeeee.

PS: DON'T LET THE BITCHES STELE YOUR PHONE D: (okya se me metio Zayn Malik al cerebro hahahaha me voy a la fregada, bye :*) 
PS2: La primera posdata es un recordatorio para mi de no dejar que la Jeny y Dani roben mi celular (? hahaha PERRAS ALEJENCE DE MI BEBE ¬¬' okya bye tengo sueño y me esta haciendo daño no dormir bye las quiero.
PS3: COMENTEN O EL GATO MUERE *mirada de mafiosa*
BYE LAS QUIERO :D

2 comentarios:

  1. WOOW ME ENCANTO ABY
    COMO SIEMPRE ME DEJAS CON LA DUDA
    MI TEORIA ES QUE ESTOY TAN MALDITAMENTE CONFUNDIDA QUE NI SI QUIERA PUEDO PENSAR LO UNICO QUE REALMENTE SE ES QUE TIENES QUE SEGUIRLA!!!!!
    BESOS

    ResponderEliminar
  2. ame esta novela :D
    me pase toodo el diaa leyendola desde el primer capitulo
    la verdad me encanto
    holaa!!! me llamo candela
    soy tu nueva lectora aun no tengo cuenta pero ya me la estoy creando;)espero que la sigasss....<3

    ResponderEliminar