miércoles, 19 de junio de 2013
El Impostor- Capitulo 22
Tal como se había imaginado, el sueño volvió a repetirse aquella noche con más intensidad que nunca. Sin embargo, no era Nick, joven y malhumorado, quien entraba en la habitación de Miley, sino su impostor. Ese hombre que, como Nick, tenía la mirada perdida, la misma boca sensual, trazada con mayor precisión ahora que cuando era un niño, que la miraba y la llamaba. En su sueño le veía estirado en la playa mientras el agua se arremolinaba a su alrededor y su asesino observaba de cerca cómo la sangre manaba de su cuerpo, llevándose su vida consigo.
—¿Por qué no me has salvado? —le decía con voz casi imperceptible—. ¿Por qué no has pedido ayuda?
Pero no era la voz del verdadero Nick la que oía, sino la del impostor, y al despertarse, ya de día, éste la estaba contemplando desde el quicio de la puerta.
—Si quieres que cojamos el primer ferry tenemos que salir dentro de quince minutos —anunció.
Miley, como siempre, usaba una camiseta grande para dormir, y no estaba dispuesta a levantarse de la estrecha cama de hierro estando él delante.
—Estaré lista —dijo—. Si te vas.
Nick permanecía apoyado contra la puerta abierta, parecía fastidiosamente descansado. No había sido atormentado por las pesadillas ni los recuerdos de una muerte. El pelo, castaño, que llevaba revuelto, aún estaba húmedo de la ducha, e iba vestido como solía hacerlo, con unos tejanos desteñidos y un jersey de algodón de color verde, que volvía sus ojos azules algo más verdes también.
—¿Por qué has dormido aquí? —preguntó Nick con indiferencia—. Hay un montón de habitaciones disponibles, ya no hace falta que juegues a ser una niña marginada.
—Era lo más lejos que podía estar de ti —dijo con fingida dulzura.
No funcionó.
—Buen intento —comentó él—. Creo que te gusta tu papel de pobre huérfana maltratada por sus ricos benefactores.
Fue como si le hubiesen dado un ****azo en el estómago, una verdad tan dolorosa como inesperada que le impidió pronunciar palabra; sólo pudo mirarle a los ojos mientras su rostro palidecía.
—Bastardo —logró decir finalmente, exteriorizando únicamente una parte de su justificada indignación.
—¿Lo niegas?
—No niego ninguna de tus ridículas fantasías. O sales de mi habitación o perderemos el ferry.
—Te espero en el coche.
—¿Y la casa...?
—He llamado a Sally desde el teléfono celular. Me ha dicho que vendrá alguien a ocuparse de todo cuando nos vayamos. Vístete, Miley, si no me iré sin ti.
La puerta se cerró tras él sin hacer el menor ruido, y a Miley le inquietó pensar que, en efecto, sería capaz de irse sin ella. Nada le con vendría más que tener a Sally para él solito, sin su intromisión.
Estiró las sábanas de la cama y se vistió apresuradamente, cogió sus zapatillas de deporte y bajó descalza las escaleras. Nick estaba apoyado en la barandilla, con una taza de café en la mano.
Hubiera dado cualquier cosa por una taza de café, pero preferiría estar muerta antes que pedirle nada.
—¿Estás lista? —preguntó Nick, yendo hacia el coche—. El retrato ya está cargado, sólo faltas tú.
Nick llevaba una segunda taza de café en la otra mano, estaba claro que había percibido su mirada suplicante.
—¿Quieres café?
A Miley le hubiera gustado tener suficiente fuerza de voluntad para rechazarlo, pero no lo hizo. Alargó el brazo para coger la taza, pero él la apartó.
—Primero tienes que sonreír y decir buenos días.
—Primero tienes que irte a la mierda.
La tenue sonrisa de Nick resultaba absolutamente exasperante.
—Un cumplido a cambio de un café. Venga, Miley, no creo que sea tan condenadamente difícil.
Miley le obsequió con una sonrisa forzada.
—Buenos días, Nick. Espero que hayas dormido a las mil maravillas. Sí, aceptaría gustosa una taza de café, eres muy considerado al ofrecérmela.
De haber vuelto a apartar la taza, Miley se la habría tirado encima, pero el instinto de supervivencia de Nick era fuerte. Había ganado el asalto, no hacía falta llevar las cosas más lejos.
—Sube al coche —ordenó él.
—Aún no he acabado el café.
—Pues llévatelo.
No supo qué más objetar. Miley apuró el café, dejó la taza sobre la barandilla y fue hacia el coche.
Si el silencio que reinaba en su interior no era agradable, al menos era relativamente pacífico, de modo que se reclinó en el asiento, con la intención de dormir durante el trayecto.
Nick parecía estar dispuesto a no molestarla. Una vez estaciona dos a bordo del ferry, él también se recostó en su asiento y cerró los ojos.
Los de _lMiley se abrieron como platos en la penumbra del vientre del ferry. De ninguna de las maneras dormiría estirada junto a él.
Pero estaba agotada; había pasado una mala noche y bebido un café corto. Arriba, en cubierta, podría tomar más café, tanto como quisiera, y contemplar la isla desapareciendo entre la neblina. Todo lo que tenía que hacer era desabrocharse el cinturón y salir del coche.
Su cansancio era tal, que no se vio con ánimos de hacerlo. Nick parecía estar en otro mundo y, a juzgar por su respiración profunda y regular, debía de haberse dormido nada más cerrar los ojos. No la molestaría.
Quedarse allí era una locura, pero estaba demasiado cansada para hacer otra cosa. Y por alguna razón inexplicable se sentía segura, al menos de momento, encerrada en un coche con un mentiroso y un impostor. Lo bastante segura para entregarse a las sombras del sueño que la rodeaban, para confiar en él, al menos de momento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario