martes, 18 de junio de 2013

El Impostor- Capitulo 20

La luna se elevaba al otro lado de la cala, dejando un sendero de iridiscente luz plateada sobre el agua. Los envases vacíos de la cena estaban esparcidos por la superficie lisa del tejado del porche, y Miley dobló las piernas y las acercó a su pecho, abrazándolas, mientras contemplaba la noche. Aunque no era muy tarde —a partir de la semana siguiente los días serían más largos—, la noche ya se cernía sobre ellos, mecida por una brisa suave. Un recuerdo de la nieve que se derretía cubriendo las colinas de Vermont. —Creo que no me encuentro muy bien —comentó Miley con suma tranquilidad—. No estoy acostumbrada a tomar tanta grasa. Nick estaba apoyado contra el tejado con las piernas estiradas sobre las tejas, una cerveza en una mano y una tenue sonrisa en su rostro iluminado por la luna. —No estás acostumbrada a dar rienda suelta a tus apetitos, Miley. La grasa del crustáceo es una de las maravillas de la naturaleza. Y casi no has bebido cerveza. ¿Tampoco bebes? —No demasiado. —Tú sólo ingieres tranquilizantes y rezas para que me vaya, ¿verdad? Miley no se molestó en negarlo. La comida le había caído en el estómago como una bomba, mucho más agradable de lo que estaba dispuesta a admitir, la cerveza importada era fuerte y sabía mucho a levadura, y la fragancia del océano la envolvía. Se sentía incómoda, inquieta, extrañamente amenazada. —Pues no me iré, Miley. —Ya lo hiciste una vez. —¿Estas reconociendo que existe la posibilidad de que yo sea realmente Nick Jonas? —preguntó Nick con dejadez. —No. Simplemente no quiero pensar en eso esta noche. —¡Qué sensibilidad! —exclamó Nick—. Porque eres una mujer sensible, ¿no? Leal, inteligente, simpática y de fiar. —El mejor amigo del hombre —añadió ella—. Me estás definiendo como a un perrito faldero. —Sólo que creo que además tienes una vena de malicia. Miley esbozó una sonrisa. —Ningún miembro de la familia coincidiría contigo en esto último. —A lo mejor no te conocen tan bien como yo. Le miró, sin salir de su asombro. —¡Qué cara más dura tienes! ¿Crees realmente que me conoces mejor que todos los que me han rodeado durante los últimos dieciocho años? —Miley, ellos no te miran de verdad, no te escuchan, no pierden ni un minuto pensando en ti. No eres más que un mueble para ellos. —Es posible —afirmó ella, que se negaba a morder el anzuelo. —En cambio yo sí pienso en ti, y te miro cada vez que tengo oportunidad. —Claro, y si me consideraras un mueble, probablemente sería una cama. Nick echó la cabeza hacia atrás y se rió; un sonido suave y tibio en el aire de la noche. —¿Verdad que nadie más ve esa parte de ti? —Es que nadie más me amenaza. —¿Por qué me ves como una amenaza? ¿Qué temes que te quite? ¿Crees que ocuparé tu lugar en el corazón de Sally? ¿Que ya no te necesita porque su hijo ha vuelto? Eso era justamente lo que la asustaba, y hubiera sido capaz de tirarse por el tejado antes que admitirlo. —Corta el rollo —le interrumpió con sequedad. —No te preocupes. Lo cierto es que el corazón de Sally tiene sus limitaciones, pero creo que habrá sitio para los dos. —No estoy preocupada —replicó, mintiendo—. Estoy cansada, me voy a dormir. Quiero volver en el primer ferry de la mañana. —Ya he reservado dos plazas. Deduje que no querrías levantarte tarde. —Muy buena deducción. —Se puso de rodillas y pasó junto a él a gatas hacia la ventana abierta que daba a la habitación—. Hasta mañana. Debería haberse imaginado que no le sería tan fácil escapar. Nick tapó la ventana con un brazo, impidiéndole el paso, y ella se puso en cuclillas y le miró, su silencio era glacial. —Contéstame a una pregunta, Miley —le pidió—. Si no comes, no bebes y no tienes relaciones sexuales, ¿cómo te diviertes? —Como cosas sanas, bebo con moderación y tengo relaciones sexuales cuando encuentro a alguien con quien merezca la pena acostarse —contestó, desafiante. —Pero pones el listón demasiado alto, ¿verdad? ¿Hace cuánto que no conoces a alguien a cuyos encantos no pudieras resistirte? —Aún no he conocido a nadie así. «Mentira», gritó su cerebro. Nick apartó el brazo de la ventana, sin obstruirle ya el paso, pero en su lugar alargó la mano y le tocó la cara. Miley tenía la piel fría y notaba sus dedos calientes acariciándole la mejilla hasta llegar a su pelo, enredado por la brisa. No se movió, le daba miedo oponerle resistencia y que un forcejeo precipitara algo incontrolable. —Me miras como si fuera un violador —dijo. Su voz le llegó a Miley como un leve susurro mientras con el dedo pulgar le acariciaba suavemente los labios—. Ni que estuvieras ante un asesino. —¿Lo eres? —Su pregunta fue bruscamente acallada. —No, no lo soy. Ni lo uno ni lo otro —respondió—. ¿Me dejas besarte? —¿Puedo impedirlo? —No. Miley no se resistió cuando Nick la atrajo hacia sí para unir sus bocas. Se dijo a sí misma que no debía oponerse; que quería comparar ese beso con el que sin duda alguna había sido el más significativo de su vida, el que le dio Nick Jonas en su habitación la noche en que murió; que sentía curiosidad, que... La boca abierta de Nick estaba caliente, húmeda, era inesperadamentefamiliar. Asustada, intentó apartarse, pero cayó sobre él tras perder el equilibrio. Durante unos instantes tuvo la impresión de estar a punto de irse tejado abajo precipitándose sobre el suelo de cemento, pero Nick la sujetó sin apenas esfuerzo y la puso sobre sus piernas, abrazándola con todo el cuerpo y meciéndola en su regazo. —Así está mejor —murmuró él—. Empecemos de nuevo. —No quiero... —Le sostuvo la cara con las manos al besarla, y las palabras quedaron atrapadas entre sus bocas. Miley no trató de deshacerse de él; permaneció sentada sobre su regazo, dejándose abrazar y besar. A pesar de la inquietante proximidad de Nick, cerró los ojos bajo la luz de la luna y sencillamente dejó que la besara. No es que se pareciera al momento desesperado y sobrecogedor que había vivido en esta misma casa dieciocho años antes, es que era idéntico. La boca de Nick se abría sobre la suya y cuando usó la lengua, Miley no se apartó atemorizada. No quería respirar, no quería respirar el aliento de su boca, pero no pudo evitarlo. Nick no la besó directamente, jugueteó primero con sus labios, mordisqueándolos lentamente, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Deslizó una mano por su cuello y la puso sobre su pecho con tal seguridad y naturalidad que ella casi ni se enteró. Besó el extremo de su boca y le pasó la lengua por el labio inferior, y de pronto retrocedió un par de centímetros. —Noto los fuertes latidos de tu corazón —le susurró—. ¿Vas a devolverme el beso? —No. Nick se rió suavemente. —Entonces me temo que tendré que dejar que te marches. Miley tardó unos segundos en registrar sus palabras, en darse cuenta de que no volvería a besarla. La mano de Nick aún le cubría el pecho, aún sentía cómo le latía el corazón contra su piel, pero éste no dio un paso más. Se limitó a observarla con impasible curiosidad, su boca, abierta y sexy, seguía estando húmeda. Ella se percató, con repentina consternación, de que no quería moverse. Notaba el cuerpo fuerte y caliente de Nick envolviendo el suyo, y le sentía erguido bajo sus caderas. A pesar de la expresión de serenidad de su rostro, él la deseaba, la deseaba ardientemente, pero no pensaba hacer nada más al respecto. Gracias a Dios, se dijo a sí misma, sin moverse. Gracias a Dios no la besaría otra vez, ni le metería la mano en la blusa ni en el sujetador de lencería fina para tocarla. Gracias a Dios no la haría entrar en casa ni la tumbaría en la cama de matrimonio, donde él había pasado su adolescencia, para hacerle aquello que ella había soñado cuando no podía controlar sus sueños. No era él. Por mucho que sus ojos azules y rasgados le recordaran los de Nick, por mucho que su boca fuera irresistiblemente sexy, por mucho que la hiciera sentir condenadamente vulnerable, ese hombre no era Nick Jonas; algo que Miley no debía olvidar. Se alejó de él a gatas en dirección a la ventana abierta, prácticamente cayendo sobre el suelo de la habitación, en la que en su día había dormido Nick. Él no fue tras ella, simplemente se recostó en el tejado del porche y contempló el cielo. Miley sentía todavía el sabor de su boca, su mano cubriéndole el pecho; le sentía a él, rodeándola, invadiéndola. —Huye si quieres, Miley —dijo marcando un tanto a su favor—. No pienso ir a buscarte. —Huir es tu estilo. —Tal vez —replicó—. Siempre que yo sea el verdadero Nick Jonas. La ventana de la habitación tenía pestillo; Miley podría haberlo echado dejando que Nick pasara la noche al aire libre. Ahora hacía frío, pero refrescaría mucho más antes del amanecer. Ya no era ninguna niña. Era una mujer adulta, madura, inmune a los berrinches, inmune al insidioso efecto que el impostor ponía tanto empeño en tener sobre ella. —A estas alturas ya me importa realmente un comino quién seas —comentó Miley, cansada. —¡Seguro que sí! —exclamó él. Al oír el tono jocoso de su voz, Miley cerró la ventana de golpe.

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