martes, 18 de junio de 2013

El Impostor- Capitulo 19

Miley inspeccionó la bolsa que Nick había colocado junto a la puerta de la entrada. Su ropa era de buena calidad pero estaba gastada. Era evidente que no había invertido en un nuevo vestuario como parte de su plan de caracterización. Llevaba calzoncillos de seda, una maquinilla de afeitar desechable y un frasco de aspirinas. También había condones. Cerró la cremallera de la bolsa y la apartó de su lado con cara de asco. Los tejanos eran americanos, las camisetas francesas y el paracetamol de las aspirinas inglés. Tal vez él no había viajado tanto como afirmaba, pero desde luego sus posesiones sí. Anduvo por la parte posterior de la mansión, atravesando el comedor y el cuartito del mayordomo hasta llegar a la cocina, grande y anticuada. Constanza se había negado rotundamente a que Sally la renovara, alegando que le gustaba el estilo antiguo. El enorme fregadero de hierro seguía estando separado del resto y la vieja nevera emitía un ligero zumbido. Miley no tardó mucho en comprender a qué se debía aquel zumbido. La nevera estaba enchufada y llena. Había fruta fresca, granos de café, crema de leche, zumo de naranja y un paquete de seis botellas de la cerveza negra favorita de Nick. Cerró la puerta de un golpe y fue hasta el fregadero. El agua, que en invierno siempre se cerraba, salía a borbotones. La línea de teléfono estaba cortada —al menos Nick no había mentido al respecto, aunque en el jeep tenía un teléfono celular—; podría haber buscado un modo de salir de la isla sin necesidad de irse. Volvió al salón principal y se dejó caer en una de las sillas cubiertas con fundas de hilo. La luz le pareció extraña y se percató entonces de que siempre había venido a la isla en pleno verano. No estaba habituada a la forma en que se proyectaba la luz primaveral, dibujando sombras sobre el agua. Cerrando los ojos podía verle, a Nick—al verdadero Nick—, joven, fuerte y sano, una criatura ágil y bella, tan irresistible y salvaje como un unicornio. ¿Cómo era posible que se hubiera resistido a él, aun habiendo sufrido el dolor de sus tormentos y sus bromas pesadas durante años? Aquel verano se había fijado en él, su tronco estaba al desnudo, bronceado, tenía la piel suave y llevaba únicamente unas deshilachadas bermudas vaqueras; había soñado con él. Por aquel entonces sus conocimientos del sexo en general eran, por desgracia, insuficientes. Nick Jonas había sido el centro de sus primeras fantasías románticas y de sus primeras fantasías eróticas propiamente dichas. Sus sueños sexuales eran idealistas y delicados, experiencias amorosas consistentes en besos en los labios y placeres incorpóreos. Le dieron escalofríos sólo de pensar en cuál habría sido su reacción de hacerse realidad esos sueños. Pero Nick había desaparecido, dándole a probar sólo un bocado de lo que era el sexo en realidad, y dejándola más desorientada y vulnerable que nunca. Nick estuvo rodeado de un montón de chicas mayores que ella y más listas, nunca necesitó echar mano de la familia. Así que, de haberse quedado, de haber seguido con vida, probablemente no habría vuelto a tocarla. Aunque de hecho Nick y ella no eran parientes, se recordó Miley. Ella no pertenecía a nada ni a nadie, ni tan siquiera a Nick Jonas. Trató de evocar la espléndida belleza del joven desaparecido, pero el intruso luchaba por hacerse un hueco en su imaginación. En lugar de ver el lozano rostro adusto y sexy de Nick, veía únicamente al impostor de elegantes ojos ingleses y cauta belleza. A lo mejor era un actor que alguien había contratado con el fin de vaciar las arcas de Sally. A lo mejor había sido contratado por motivos más altruistas: para permitir que Sally viviera con serenidad sus últimos días, semanas y meses; para que pudiera morir en paz junto a su querido y añorado hijo. Ni siquiera Miley podía poner pega alguna a semejante motivo. Ella misma habría hecho lo que fuera para facilitarle las cosas a Sally, desde mentir y robar hasta soportar a un impostor peligrosamente seductor; pero por alguna razón no acababa de creerse que la llegada de ese hombre obedeciese a causas altruistas. Nick debía tener algún aliado cercano a la familia, alguien que estuviera al corriente de los trapos sucios de la casa, de la disposición de las fincas, de las rencillas que había entre los hermanos Jonas, de los recuerdos y secretos familiares. Era lo bastante listo, sutil y caradura para intentar salir airoso de tamaña farsa, no obstante necesitaba ayuda. En las novelas románticas o de detectives todo era siempre perfecto, pero en la vida real era casi imposible hacerse pasar con éxito por otra persona. Por mucho que hubiera engañado al resto de los Jonas, a ella no lograría convencerla. Incluso el paranoico de Warren le había aceptado sin apenas rechistar, lo que indicaba que el impostor hacía su trabajo tremendamente bien. ¿Le habría creído de no haber visto morir al verdadero Nick? Quería pensar que no, que se habría dado cuenta de inmediato, instintivamente, de que ése no era el mismo hombre que la había hecho amar y llorar en su adolescencia, y que ahora regresaba para atormentarla. Salvo por un detalle, despertaba en ella las mismas emociones que el auténtico Nick: rabia, frustración y una fascinación abrumadora e involuntaria. —¿En qué estás pensando? No le había oído volver. Llevaba la bolsa de viaje de Miley en una mano y una bolsa con comida en la otra. Se incorporó para verle llegar por el sendero. —En que vendrías con cualquier tipo de excusa para retenerme en la isla. —Lo cierto es que me hubiera encantado tener la casa para mí solamente durante veinticuatro horas, sin nadie vigilándome o acechándome como un halcón, esperando la ocasión de echarme la zancadilla —dijo amablemente—. Por desgracia, no sale ningún avión esta noche y todos los hoteles, moteles y pensiones de la isla están cerrados o están llenos. —¿Así que todos, eh? —preguntó Miley sin ocultar su incredulidad. Nick subió hasta el último peldaño de las escaleras y dejó la bolsa de Miley en el suelo. —Casi todos. Hay un par de habitaciones libres en la taberna Red Cow, pero creo que estarás mejor aquí; La casa es tan grande que no será preciso que nos veamos hasta mañana por la mañana. —¿Y qué haremos sin agua y sin luz? En invierno siempre se cierran las tuberías. —Pensó que Nick mascullaría palabras de disculpa. No lo hizo. —Constanza me dijo que enviaría a alguien a conectarlo todo y traer algunas provisiones. Miley tenía que haberse imaginado que no sería fácil pillarle. —¿Y qué llevas en esa bolsa? —La cena. Siempre y cuando puedas soportar mi presencia un rato más mientras comemos. Sabía lo que había en esa bolsa; podía olerlo. Hacía más de doce años que no tomaba las almejas fritas que hacían en la taberna, pero su aroma era inconfundible. Nick era el único miembro de la familia que también tenía debilidad por esas almejas. Justo dos días antes de desaparecer se presentó de madrugada en su habitación con una bolsa repleta hasta arriba de grasientas almejas y un puñado de patatas fritas, y la incitó a darse juntos un banquete, en silencio y sentados contemplando la cala desde el tejado. —¿Cuándo fue la última vez que comiste almejas fritas, Miley? —le preguntó—. ¿Almejas grandes y frescas, de ésas que harían vomitar a George? Cualquiera podía haberle dicho eso de George, pero era imposible que supiera lo del banquete de almejas, no lo sabía nadie más que Nick y ella. Entonces se dio cuenta de que tenía hambre, el hambre suficiente corno para comer almejas fritas con él, como para dejarse interrogar. Ya encontraría otras tácticas y ocasiones para llevarle a su terreno. Además, con esa actitud hostil que mostraba no llegaría a ninguna parte; tal vez mostrándose un poco más simpática conseguiría que cayera en la trampa. —Hay cerveza en la nevera —comentó calmada—. Iré a coger un par de platos y cubiertos... —No te molestes —replicó él—. ¿Por qué no subimos al tejado del porche y comemos esto con los dedos? No hay ningún Jonas a la vista para llamarnos la atención. Miley sintió que se le congelaba la cara. Era imposible que supiera eso, a menos que Nick Jonas hubiera resucitado, a menos que aquel día alguien les hubiera estado observando y escuchando. A estas alturas no iba a empezar a dudar de sí misma. Carecía de importancia que la mirada de ese hombre fuera idéntica a la de Nick Jpnas, que su sonrisa fuera igual de sensual, que supiera cosas que nadie podía saber. Y sobre todo, carecía de importancia que por su culpa Miley se sintiera indignada, confusa e irracionalmente nostálgica. Nick Jonas estaba muerto, y ese hombre tan atractivo era un embustero. —Me parece buena idea —respondió al cabo de un instante. Con disimulado recelo, le dedicó una sonrisa forzada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario