miércoles, 19 de junio de 2013

El Impostor- Capitulo 26

Prueba concluyente, se dijo Miley mientras iba de un lado a otro de la biblioteca, tratando de serenarse antes de meterse en la cama. Para ella esa prueba era suficiente, pero dudaba que los demás la creyeran. A fin de cuentas, no podía demostrar que había puesto trozos de gamba en las crepes, contaba sólo con su palabra. Y en realidad, la proporción de gamba era tan pequeña que probablemente Nick ni siquiera la había probado. Desde el principio había sido una idea *beep*, una oportunidad del destino a la que no se había podido resistir. Una vez hubo apagado la luz, la asaltó una idea inesperada y desagradable: ¿y si la alergia le había sorprendido estando solo en su cuarto? ¿Y si se había desplomado sobre el sucio tras perder el conocimiento? ¿Y si se moría estando solo por su culpa? —Eso es ridículo —dijo en voz alta y a oscuras. Pero esa duda ya no la abandonaría, y al cabo de una hora supo que no podría dormir hasta estar completamente segura de que el impostor estaba bien. Salió de la cama y se puso unos tejanos debajo de la camiseta. Además, no tenía especial inconveniente en echarle en cara que había demostrado ser extraordinariamente inmune a algo que debería haberle producido terribles vómitos. La casa estaba a oscuras y en silencio. George y Tessa aún no habían vuelto de esquiar, pero tanto Sally como sus hermanos ya se habían retirado. Las escaleras no emitieron ruido alguno mientras Miley las subía, y cuando llegó a la habitación del otro extremo del pasillo —la que antes era suya— la sensación de triunfo casi le produjo vértigo. Golpeó la puerta con discreción y esperó. Salía luz por debajo de ésta, pero no se oía ruido procedente del interior. Volvió a golpear, llamando al intruso por el nombre que había robado. Seguía sin responder. Ya se iba cuando oyó un golpe al otro lado de la puerta, y luego el jugueteo del pestillo. A lo mejor no estaba solo, pensó de pronto. A lo mejor Tessa le había involucrado en todo esto y a lo mejor estaba ahí con él, en la cama... La puerta se entreabrió, impidiéndole ver el interior. Allí estaba él, frente a ella, sin camiseta, casi amenazante. —¿Qué quieres, Miley? —le susurró con brusquedad, tragándose las palabras. Durante unos instantes Miley no pudo moverse. —¿Estás solo? Nick se rió con rudeza. —Sí, estoy solo. ¿Con quién creías que estaba? —¿Con tu cómplice? —replicó Miley. —Que te jodan. —Empezó a cerrarle la puerta en las narices, pero ella alargó el brazo y, para su propio asombro, la detuvo. —¿Te encuentras bien? —le preguntó. Nick podía haber dado un portazo —era mucho más fuerte que ella— pero no lo hizo. Simplemente la miró con los ojos entornados, su mirada, intensa y brillante, contrastaba con su pálido rostro. —¿Acaso no debería? No dejaría de sentirse culpable hasta haberse asegurado de que estaba bien. —¿Puedo pasar? La sonrisa burlona de Nick le recordó lo exasperante que podía llegar a ser. —Por supuesto, cariño. ¿Por qué? ¿Por qué no me has dicho de entrada que eso es lo que querías? Siempre estoy dispuesto a ayudar al prójimo. Sin embargo, no abrió más la puerta, y ella supo que lo más inteligente habría sido marcharse. No se sentía muy inteligente. Empujó la puerta, y él retrocedió, dejándola entrar en la habitación apenas iluminada. Nick tropezó con el gran sofá lleno de cojines que había frente a la chimenea, que Miley escogió en su momento por su comodidad, y se tumbó en él elegantemente al tiempo que la miraba con sonrisa burlona. —Cierra la puerta y echa el pestillo, encanto —murmuró—, y sirve un par de copas. Miley prefirió cerrar la puerta antes que cualquiera de los metomentodo Jonas escuhara la conversación por casualidad, pero no echó el pestillo. —Me parece que ya has bebido lo suficiente —comentó en un tono frío. Su semblante se volvió serio al estirarse en el sofá. —Tal vez sí —dijo—. Tal vez no. Los ojos de Miley se empezaban a acostumbrar a la escasa luz del fuego. Había estado tratando de evitar mirarle de cuello para abajo —su cuerpo era innegablemente inquietante— pero ya no podía hacerlo. La piel de Nick, incluso en invierno, estaba tersa, y bajo ésta se definían sutilmente sus músculos. Los tejanos se apoyaban sobre su cadera. Miley, nerviosa, tragó saliva. Entonces se dio cuenta de que una fina capa de sudor cubría su piel, y de que su mirada fría y burlona, brillaba ligeramente; aunque sabía que no era cierto, se dijo a sí misma que estaba borracho. —¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó. —Nada. —Nick sonrió con dulzura—. ¿Por qué no te acercas y me dejas ver qué llevas debajo de esa holgada camiseta? No llevaba nada, y él lo sabía. Miley se quedó donde estaba. —No eres Nick Jonas —le espetó. —¿Has venido hasta aquí para decirme eso? No, no lo creo. ¿Por qué no te sacas la camiseta y me dejas besarte? No alcanzaba a comprender cómo un hombre podía seducirla y molestarla a la vez. El auténtico Harry tenía esa misma virtud. —¿Por qué no duermes la mona? —dijo ella, dándose la vuelta. —Eso es exactamente lo que haré —susurró—. ¿No vas a decir me por qué me has obsequiado con una visita en plena noche? —Quería cerciorarme de que estuvieras bien. —¿Y por qué no iba a estarlo, Miley? —Aunque suave, la pregunta era claramente acusatoria. —Porque... —Se le ahogaron las palabras al ver una jeringuilla sobre la mesa. Se giró, totalmente horrorizada—. ¡Tomas drogas! Nick no respondió, se limitó a sonreír. —¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a presentarte en esta casa haciéndote pasar por Nick Jonas y a inyectarte tus sucias drogas a escondidas y... —Es un antiséptico —murmuró Nick para sí. —La rompería si no temiera contraer el SIDA —dijo, furiosa. —Oh, no sufras, no volveré a usarla. Tiene capacidad para una única dosis. —Parecía estar divirtiéndose con su indignación. —Eres un cerdo —le insultó—. No pretenderás morirte aquí, ¿verdad? No creo que tía Sally pudiera soportarlo. —¿Y por qué tendría que morirme? —Debes haberte inyectado algún tipo de estimulante. ¿Cocaína, tal vez? Tu respiración es rápida y superficial, y me apuesto lo que sea a que tu corazón late aceleradamente. —Puede que mi corazón lata deprisa porque te tengo cerca, doctora Miley —se mofó. —Voy a buscar a la señora Hathaway. Será mejor que te vea una enfermera. —No hace falta que la molestes; estoy bien. Le miró fijamente, su cuerpo, estirado en el sofá que tanto gustaba a Miley, era apetitoso y despreciable. —Me encantaría matarte —dijo ella con voz fría y firme, dando la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta. —No te preocupes, siempre puedes volver a intentarlo.

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