jueves, 20 de junio de 2013

El Impostor-Capitulo 28

Hasta ese momento no se había dado cuenta de que el aparato de música estaba en marcha. Era una música suave, lenta, tirando a blues, que hacía volutas en el aire cual volubles aros de humo. Miley estaba congelada en el tiempo y en el espacio, atrapada por los ojos azules de Nick y sus propias fantasías adolescentes. —No creo que... —balbuceó. Nick le tapó la boca con la mano. —Está bien —le dijo—. No pienses en nada. Quiero que cierres los ojos y te olvides de todo lo demás. —Sus manos, que Miley sintió frías sobre la espalda, subieron por debajo de la holgada camiseta. Al llegar a los omóplatos y estrecharla con más fuerza, Nick soltó un suspiro, un sonido de deseo puro y animal. —Te arrepentirás de esto —le advirtió ella en un susurro. —Yo siempre me arrepiento de las cosas que no hago, no de las que hago. —Lentamente, empezó a sacarle la camiseta por la cabeza. Miley sabía que debía detenerle; y también sabía que no lo haría. —Me sería más fácil si estuviese borracha —afirmó con temeridad. —Lo siento pero te quiero sobria. —La camiseta salió volando por los aires, y allí estaba ella, frente a él, vestida sólo con un par de viejos tejanos, y la luz de las llamas titilando entre sus cuerpos. Intentó cubrirse los pechos, pero Nick agarró sus muñecas antes de que las levantara y le sujetó los brazos mientras la contemplaba. —Ya no tienes trece años —le susurró. —No, ya no. Nick sonrió despacio, resultaba irresistible. —Mejor para mí. —Sujetándole aún las muñecas, Nick se inclinó hacia adelante y la besó lentamente en la boca, con exquisita delicadeza. Durante unos instantes Miley fue simplemente una espectadora perpleja y agradecida. Ese hombre sabía besar. Sabía seducir, tentar, inquietar a una mujer, para más tarde calmarla, y todo gracias a la impresionante habilidad de su boca, sus labios, su lengua y sus dientes. Le mordisqueó suavemente el labio inferior. —Esta vez tienes que devolverme el beso —dijo Nick pegado a su boca. —Tu maestría es admirable —murmuró ella. —Tengo mucha experiencia. —Nick le deslizó las manos por sus brazos, la cogió por los hombros y la apretó con fuerza. Miley sintió el impacto de sus senos contra el pecho de Nick, bajo cuya suave piel, fría todavía, ésta notó cómo le latía el corazón, apresurado. Pero el corazón de Miley latía casi a igual velocidad, y no era por una dosis de adrenalina adicional, sino enteramente debido a él. Miley nunca pensó que un beso podía llegar a ser tan flagrantemente erótico. Siempre le había parecido que era un ingrediente necesario en los juegos preliminares, algo que formaba parte del inevitable viaje hacia la cama, pero no un elemento de seducción en especial. Sin embargo, Nick besaba como si besar fuese un fin en sí mismo, como si en su boca hallara un total y verdadero placer. Lo menos que podía hacer a cambio era devolverle el beso. De alguna forma las manos de Miley habían ido a parar al cuello de Nick, y sus dedos se enredaban entre los largos cabellos de éste. Cerró los ojos; no quería mirarle, no quería admitir la estupidez que estaba cometiendo. Le besó torpemente, y desde lo más hondo de su garganta Nick profirió un gruñido de excitación absolutamente animal. Ese sonido humedeció el cuerpo de Miley. Nick debió darse cuenta. Bajó las manos y la agarró por la cadera, la levantó sin apenas esfuerzo y las piernas de Miley rodearon su cintura mientras se dirigían hacia la cama. La tumbó en la cama, él hizo lo propio colocándose entre sus piernas, como si perteneciera a ese lugar. Su presencia era imponente, estaba muy duro y excitado, y se inclinó sobre ella, estremeciéndose lenta e insidiosamente, inmovilizándole las manos sobre las arrugadas sábanas. —Adelante, Miley, cierra los ojos —le susurró—. Imagínate que es un sueño erótico, que en realidad no está sucediendo, que no es más que una fantasía. Sabía que era una cobardía, pero hizo lo que le dijo Nick, temerosa de mirarle a los ojos, a sus ojos de inglés, de ver su boca, de admitir lo que estaba haciendo. Estaba echada de través en esa cama en la que había pasado tantas noches a solas. Nick bajó de la cama, se inclinó sobre ella, a oscuras, y dio con el cierre de sus tejanos. En un intento por detenerle, Miley le agarró de la mano, pero Nick simplemente la apartó, le desabrochó los pantalones y se los quitó, dejándola desnuda, estirada a oscuras; vulnerable; asustada. La cogió por las caderas y la movió hacia el extremo superior de la cama para poderle poner la boca entre las piernas. Miley sacudió el cuerpo en señal de protesta, procurando deshacerse de él, pero Nick tenía demasiada fuerza, y hundió los dedos en sus caderas, obligándola a permanecer quieta. —No seas infantil, Miley —le susurró en la penumbra de la habitación—. Acepta lo que te ofrezco. Miley ensartó sus dedos en el pelo de Nick, estirándolo, pero éste hizo caso omiso, y presionó su lengua contra ella. Miley tuvo ganas de llorar. Odiaba esto. Nunca había accedido a que un hombre le hiciera tal cosa; era demasiado íntimo, demasiado humillante y degradante. Dejó caer las manos sobre el colchón, apretando los dientes, tratando de ahuyentar los sentimientos que recorrían en espiral su resentimiento. Estaba temblando, sus puños estrujaban trozos de sábana, y se mordió el labio con fuerza para no decir nada, para no tener que pedir nada, lo mordió con tal intensidad que su boca sabía a sangre, y quiso que Nick parase, quiso salir discretamente de la oscuridad, alejándose de ese dulce humo de confusos deseos que la impedía concentrarse en todo aquello que no fuera lo que él le estaba haciendo. Cuando estaba a punto de alcanzar el clímax, Nick se detuvo, y ella gritó desconcertada, desesperada, abrió los ojos y le vio estirándose sobre ella, tenía el cuerpo caliente, ardiendo, resbaladizo a causa del sudor, le cogió la cara con ambas manos y la miró con ojos abrasadores. —¿Estas segura de que quieres que pare? Miley le miró, incapaz de pronunciar palabra. Estaba ardiendo, temblando, jamás había necesitado algo con tal fiereza. Nick le tocó el labio y se manchó los dedos de sangre. —Te has mordido el labio —constató—. Muerde el mío. —Y puso su boca sobre la de Miley. Debió hacerle daño, pero no podía pensar en ello. Cuando Nick apartó la boca, que estaba caliente y húmeda y también sangraba, la besó en el cuello. Miley se preguntó si, como los vampiros, le habría dejado un reguero de sangre. Se preguntó si, de ser así, le importaría. No podía respirar. Cuando las manos de Nick se posaron finalmente sobre sus senos, Miley arqueó la espalda al tiempo que una pequeña convulsión recorría su cuerpo, y le buscó, intentando acercarle más a ella, necesitaba acabar esto, llegar hasta el final. —Tranquila, Miley —susurró Nick, empujándole la espalda de nuevo sobre las sábanas—. No hay ninguna prisa, tenemos todo el tiempo del mundo. —No —dijo ella con voz ahogada. Abrió los ojos y vio la luz del fuego iluminar sus cuerpos, tenebrosos, paganos, mágicos—. No me obligues a... suplicarte. Nick le deslizó las manos por las piernas, abriéndolas. —No, cariño, no quiero que me supliques —susurró—. Seré yo quien te suplique.

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