jueves, 20 de junio de 2013

El Impostor- Capitulo 29

Nadie podía oírla. El baño estaba junto al gimnasio que nadie, salvo George en contadas ocasiones, usaba nunca. Podía gritar todo lo que quisiera, porque no vendría nadie a buscarla. Nadie la echaría de menos. Al cumplir los veinte se hizo la promesa de no compadecerse de sí misma nunca más, y no la rompió hasta que Nick Jonas volvió y le recordó todo aquello que quería y no tendría jamás. Una familia. Una verdadera madre. Y el amor de Nick Jonas. Inclinó la cabeza hacia atrás, dejando que los abundantes chorros de agua caliente le regaran la cara, el pelo, quería lavarse las lágrimas junto con las caricias y el olor de Nick; quería que todo eso se arremolinara colándose por el desagüe, yéndose de su vida, hasta que pudiera fingir que no había ocurrido nunca. No había sido su primera relación sexual. Había tenido otras en ocasiones y normalmente las había disfrutado. Tampoco había sido su primer orgasmo. Era una mujer joven, normal y sana, perfectamente capaz de cubrir sus propias necesidades aun sin estar saliendo con nadie. Y sin embargo lo que había vivido esta noche, arriba, en la habitación que está bajo el alero, era completamente nuevo. Era irresistible, espantoso, un tentador bocado de algo tan poderoso y profundo que le entraban ganas de esconderse bajo las sábanas hasta que él se hubiera ido. El agua caliente se derramaba sobre su cuerpo sin cesar, pero la desesperaba saber que eso no era suficiente para borrar las huellas de Nick, que se pegaría a su piel y permanecería en su sangre hasta que ella no tuviera más remedio que huir de eso, de él y de la única familia que tenía. Cerró el grifo y se quedó inmóvil en el plato alicatado de la ducha mientras la rodeaban envolventes nubes de vapor. Se sacó el pelo de la cara y se puso derecha. Tenía que pensar en cómo salir de este embrollo. Si era preciso que se marchara durante un par de días para recuperar el equilibrio, lo haría. Pero no dejaría que Nick volviera a tocarla. Eso había sido un error de tan monumentales proporciones que aún estaba sorprendida. Durante casi toda su vida había soñado, voluntaria o involuntariamente, con Nick Jonas. Habían pasado demasiadas cosas entre ambos para hacer del sexo una alternativa razonable. Más le hubiera valido no acostarse con un impostor. Estaba segura de que era un mentiroso, y de que le odiaba, y sin embargo había actuado en contra de su voluntad. A lo mejor su reacción era debida a la reprimida nostalgia que había sentido siempre por Nick. A lo mejor es que él era simplemente un seductor. Ya daba igual. Ella había comprobado, para su eterno pesar, hasta qué punto Nick podía ser provocativo. Y peligroso. Le había dicho que lo considerara una penitencia por haber atentado contra su vida. ¿Desde cuándo las penitencias eran tan dolorosamente dulces? Entró en el pequeño y bien equipado gimnasio cubierta con un grueso albornoz. En una de las esquinas había una mesa baja y acolchada que se empleó para hacer fisioterapia cuando Sally se rompió la cadera. Sería perfecta para dormir unas cuantas horas. A nadie se le ocurriría buscarla aquí, a menos que George decidiera hacer gimnasia sueca recién levantado. Si se le acercaba acabaría arrepintiéndose. Se acurrucó en el colchón de espuma y se tapó con el albornoz de rizo. El pelo mojado se extendía sobre la funda de plástico y cerró los ojos, colocando una mano bajo la cara. Mañana ya pensaría en una solución. Durante lo que quedaba de noche, al menos, estaría a salvo. -.-.-.- A las cinco de la mañana Miley renunció a la idea de dormir. La casa entera estaba tranquila, reinaba el silencio; por regla general los Jonas se levantaban tarde, y Constanza y Ruben no salían de su apartamento hasta pasadas las ocho. Resistió al impulso de volverse a duchar. Si Nick Jonas seguía aún en su cuerpo, entonces sería sólo cuestión de tiempo que sus huellas se borrasen del todo. Podía esperar. Se vistió apresuradamente, se peinó el pelo, enredado y húmedo todavía, y fue a servirse un café. La sofisticada cafetera automática estaba ya encendida, y pudo, a los pocos minutos, tomarse una taza de delicioso café indonesio. Caminó hasta el office, que nunca usaba nadie, y contempló los invernales jardines y los campos que bajaban hacia el río Connecticut. La nieve de fines de primavera había desaparecido tal como había venido, e incluso algunas rosas florecían tímidamente en los desnudos árboles. Apuró el café y volvió a llenar la taza. Esta mañana le serían necesarias grandes dosis de cafeína, y cualquier otra cosa que le ayudara a sobrellevar el día. Debía determinar cómo enfrentarse a la realidad de Nick Jonas. Notaba la casa distinta. Durante meses sólo habían vivido en ella los cuatro: Ruben y Constanza en su apartamento, que contaba con entrada propia; Sally, que moría lentamente en su cama de hospital, y Miley, que dormía arriba, en la antigua habitación de Nick. En la antigua cama de Nick, que había acabado compartiendo con él. Ahora no quedaba ni un cuarto libre en toda la casa. Todas las camas estaban ocupadas por los Jonas. A algunos les quería, a otros les toleraba, y a otros pocos en ocasiones les detestaba. Había demasiados Jonas bajo el mismo techo, era preciso que se fuera. Las puertas correderas y las cortinas del cuarto de Sally estaban cerradas. Miley ni siquiera se molestó en llamar a la puerta. La abrió, entró, y respiró el inconfundible olor a hospital mientras buscaba con la mirada la silueta acurrucada de Sally Jonas en la cama. —¡Benditos los ojos! —exclamó Sally. Su voz era extraordinariamente fuerte—. He oído un ruido en la cocina y he deducido que eras tú. Los demás no se levantan antes del amanecer a menos que sea imprescindible. Y desde luego son incapaces de hacerse un café. —Ya es de día. Amanece más temprano en esta época del año —dijo Miley tranquila, al tiempo que se aproximaba a la cama, agradecida de que sólo una tenue luz iluminara la habitación. En sus circunstancias le habría costado soportar una luz intensa—. Y Constanza había encendido la cafetera. Sólo he tenido que apretar un botón. Sally resopló. —Dudo mucho que toda esa pandilla supiese siquiera darle a un botón. Excepto Nick, quizá. Debe haber aprendido a manejarse solo durante todo este tiempo. —Miró a Miley con atención en la semipenumbra—. Siéntate a mi lado, Miley. Durante los últimos días no te he visto mucho que digamos. Tengo insomnio, a pesar da la infame cantidad de pastillas que me obligan a ingerir. Necesito hablar con alguien. —Tienes la casa llena de familiares —comentó, acercando la silla a la cama. —También es tu familia. Supongo que no me harás caso si te pido una taza de ese café. Huele de maravilla. —Te prohibieron la cafeína hace cinco años, tía Sally —le recordó Miley. —Todos sabemos que no me moriré de un ataque al corazón. No entiendo por qué no puedo permitirme algún lujo en mis últimos meses de vida. Miley tampoco lo entendía, pero no valía la pena discutir con los médicos. —Lo siento —se lamentó—. Será mejor que me lo lleve de aquí... —Hizo ademán de levantarse, pero la firme voz de Sally hizo que se detuviera. —Ni se te ocurra moverte, jovencita —ordenó. Echó un vistazo a Miley—. Estás espantosa. Miley se rió. —Tú también. Tía Sally se rió entre dientes. —Una de las cosas que más me gusta de ti, Miley, es que siempre me dices la verdad. Lo demás me mienten, me dicen lo que creen que me hará sentir mejor. Pero tú eres sincera. —¡Cómo si eso me sirviera de algo! —De todos modos, tengo motivos para estar espantosa. Estoy vieja y estoy al borde de la muerte. Tú eres una joven, eres guapa y estás en plena forma. Cualquiera diría que te ha pasado un camión por encima. Guiada por el instinto, Sally le acarició el rostro. —No lo dirás en serio, ¿no? —No. En realidad, tienes pinta de haber pasado la noche con un amante. ¿Lo has hecho? —No. —Era una verdad a medias. — sigues viendo con Bob? —Se llama Rob —respondió Miley con paciencia—, y no, hace meses que rompimos. —Me alegro. Nunca me gustó. Era demasiado bueno para ti. Miley se echó a reír. —Vaya, muchas gracias, ya veo que no merezco tener a mi lado a una buena persona. —Necesitas a alguien fuerte que sepa cómo tratarte. Mucha gente te considera una mujer dulce y tímida, pero eso es porque no te conocen tan bien como yo. En el fondo tienes el corazón de una guerrera. Hubieras destrozado al pobre Bob. —Rob. —Como se llame. Te mereces un hombre de verdad, Miley. Te diría mi bendición si encontraras uno. — qué es un hombre de verdad? ¿Uno que me utilice como mero objeto sexual? ¿O que me dé un cachete cuando hable más de la cuenta? —No acabarás con gente de tan baja estofa. Ni vienes de ese mundo ni terminarás en él. Miley miró a su tía, perpleja. —¿De dónde vengo, tía Sally? Sally cerró los ojos. —Ya lo sabes, Miley. Nunca te lo he ocultado. Eres la hija de una mujer sueca que trabajaba con nosotros. Nos dejó, se quedó en estado, y murió cuando tú eras todavía un bebé. Siempre le tuve cariño a Elke, y decidí traerte a casa. —Eso es lo que me has contado siempre. ¿Y qué hay de mi padre? Sally se encogió levemente de hombros. —Yo conocía a Elke, y eso era más que suficiente. Era una mujer maravillosa, dulce y elegante, que simplemente cometió un error, y pagó por ello, pero su hija no tenía por qué sufrir también. ¿En serio tenemos que volver a hablar de todo esto? —¿Cómo sabes que no he nacido en una chabola? —insistió. —Se ve en la clase —contestó con toda naturalidad. —Estoy segura de que a los que viven en chabolas les encantaría oír esto. —Vamos, Miley, no me vengas con monsergas de tinte liberal —se quejó Sally—. No tengo ganas de hablar de política. El mundo está formado por ricos y pobres. Tú has tenido la suerte de pertenecer al grupo de los ricos. —No —le corrigió Miley—. He tenido la suerte de haber sido educada por uno de los ricos. Sally esbozó una ligera sonrisa. —Pues muy bien no lo debo haber hecho si no he logrado que seas consciente del poder que le da a uno tener dinero. —El dinero no lo es todo. —¡Eso habrá que verlo! De todas formas es reconfortante saber que, aunque erróneamente, hay alguien en la familia que piensa así —explicó Sally—. Debes ser la única, a los demás les apasiona el dinero, a excepción de Nick, tal vez. —Miró a Miley con fingida dulzura—. ¿Qué opinas de él? Nick Jonas era la última persona en el mundo de la que a Miley le apetecía hablar. —Necesito más café —anunció, pero Sally levantó la mano con autoridad. Tenía un tubo intravenoso pegado a ésta, y Miley, que no lo había visto antes, tuvo que reprimir su sobresalto. —Sé que puedo contar contigo para que seas honesta y me digas la verdad. Dime lo que piensas. ¿Crees que es mi hijo? —Tenía los ojos un poco vidriosos a causa de los analgésicos, y cabía la posibilidad de que, en adelante, ni siquiera recordara haber mantenido esta conversación. ¡Qué más daba! Sally tenía razón; Miley decía la ver dad pasara lo que pasara. También podía evitar darle una respuesta directa. —No sabía que tuvieras dudas al respecto, Sally. —Y no las tengo. Sé perfectamente quién es y cómo es, pero que ría saber qué opinas. Tú eres una persona observadora y mucho me nos egoísta que el resto de mi familia; reparas en cosas que a los demás se les escapan. ¿Tú crees que es mi hijo? Quiso negarlo, pero no pudo. No, cuando la verdad era tan obvia. —Es el verdadero Nick, tía Sally —afirmó al cabo de un momento—. Estoy completamente segura. El fatigado rostro de Sally dibujó una pacífica sonrisa. —Sabía que podía contar contigo. Tú nunca me mentirías, ni te equivocarías en un asunto tan serio. ¿Cuándo has cambiado de opinión? —¿A qué te refieres? —Sé que al principio pensabas que era un impostor. Incluso ayer, en la cena, le mirabas como si fuera una especie de asesino en serie. ¿Qué ha ocurrido en las últimas horas? ¿Tiene algo que ver con la marca que tienes en el cuello? A Miley se le había pasado por alto esa huella en su recuento de mordiscos amorosos. Ni siquiera recordaba que Nick le hubiera mordido ahí, claro que gran parte de la noche le parecía una mancha confusa. —¿Piensas que me ha seducido para que le crea? —No, eres demasiado terca para caer en ese juego. —¡Yo no soy terca! —protestó. —Sí que lo eres. De lo contrario no soportaría tu presencia. Y además, si aún pensaras que Nick es un impostor, dudo mucho que hubiera conseguido seducirte. —No me sedujo. —¿No has pasado la noche con él? Podía negarlo, porque lo cierto era que no había pasado toda la noche con él. No había dormido con él. —En esta vida no todo es blanco o negro —manifestó en cambio—. Es tu hijo, no me cabe la menor duda. Por un momento dio la impresión de que Sally seguiría interrogándola, pero sólo asintió con la cabeza. —Menos mal que te tengo, Miley —comentó cariñosamente—. No sé qué haría sin ti. —Estarías perfectamente. —Su voz era firme y fría—. En realidad, he pensado en irme... —No viviré mucho —la interrumpió Sally con su habitual brusquedad. Miley no se movió. —¿Qué quieres decir? Sally sonrió con ironía. —Sabes muy bien lo que quiero decir. Los médicos han dicho que a estas alturas ya sólo pueden aliviarme el dolor, cosa que tampoco están consiguiendo. —Seguro que habrá algo que podamos hacer. —Miley no dejó que aflorara el miedo que sentía—. Cambiarte la medicación, averiguar si ha salido algún... —No. Se me está acabando el tiempo. Mi cuerpo lo sabe, yo lo sé. Lo he aceptado, y tú deberías aceptarlo también. No me lo pongas más difícil, cariño. Mi vida ha sido mejor de lo que merecía, y lo único que deseo ahora es tener a los seres que quiero junto a mí. A ti y a Nick. A ti y a Nick. La fuerza de voluntad la ayudó a no emocionarse, a no reaccionar.

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