miércoles, 13 de junio de 2012

Anhelo Secreto- Capitulo 14


*Annie tu parte favorita hahaha Bueno... era mas adelante no? eso creo hahaha*




Inmediatamente, pensó en Miley, y se imaginó un motón de espermatozoides nadando por su útero con la energía de un equipo de campeones olímpicos de natación, todos con el mismo objetivo.


Recordó que dos semanas atrás Miley le había dicho que estaba con el síndrome premenstrual.


Nick echó cuentas y concluyó que si sus periodos era mas o menos regulares, estaría entrando en plena fase de ovulación.


Nick se sentó en un lado del bidé. ¡Podía ser que en aquel instante se estuviera convirtiendo en padre!


La cabeza comenzó a darle vueltas y el estómago también, iba a matarlo cuando se lo dijera.


Entonces lo mejor sería no decírselo. Eso no haría sino estropearlo todo y, al fin y al cabo, no tenía solución. Además, podía no suceder. Podía ser que no estuviera en el período adecuado. Y, aunque estuviera, muchas veces no ocurría.


Pero ¿y si Miley se quedaba embarazada? ¿Entonces qué?


«Cruza ese puente cuando llegues a él», se dijo.


Ese era el mejor consejo que se pudo dar a sí mismo.


Nick se levantó, abrió el grifo de la ducha y se metió dentro. Agarró el gel y se lo extendió por el cuerpo.


Pero ¿y si había un bebé? Su bebé. El bebé de Miley y él.


Miley estaba en la habitación, tendida en la cama, escuchando cómo Nick se daba una ducha. No le habría importado darse una ducha también ella. Pero no estaba dispuesta a unirse a él, no después del modo en que le había rogado que se quedara con ella, como una enferma de amor.


¡Qué típico de ella y qué humillante!


No le extrañaba que se hubiera levantado de la cama a toda prisa.


Nick tenía razón. Ya era hora de que hicieran algo más que acostarse. Estaba empezando a caer en las mismas faltas de antaño.


Se quería convencer de que había tomado control sobre lo que sucedía en la cama, pero la realidad era que el único jefe era Nick y ella se había convertido una vez más en su esclava del amor.


Miley se ruborizó. Era una locura dejarse atrapar así. Pero estaba siendo tan delicioso. Y, en el fondo,no sentía preocupación alguna, ni tampoco temor. Solo excitación.


Todo aquello era un delicioso juego erótico y los dos lo sabían.


Entonces, ¿por qué a ella se le olvidaba continuamente?


No podía volver a ocurrir. Desde aquel momento se limitaría a jugar según las reglas y dejaría de barajar la posibilidad de poder seguir viéndolo ocasionalmente. La experiencia le decía que si veía a Nick fuera de aquella fantasía que estaban viviendo, acabaría enamorándose de él y esperaría cosas imposibles. Ya le había ocurrido y no quería que se volviera a repetir.


En aquel instante, Nick salió del baño, secándose la cabeza con una toalla naranja y con otra de color lima alrededor del cuello.


¡Guau! Con aquella tez bronceada estaba aún más atractivo, y hacía que su cuerpo fuera aún más de ensueño.


-Te tienes que levantar, amor -le dijo él, mientras se peinaba el pelo con los dedos-. Ya son las cinco y me gustaría que saliéramos de aquí a eso de las seis.
-Bien. Estaba esperando a que terminaras -respondió ella.


Pero al poner los pies en el suelo para levantarse, sintió un inexplicable ataque de timidez.


No tenía nada que ponerse encima. Llevaba todo el día desnuda y el pareo que solía usar estaba aún atado a la hamaca. El resto de su ropa la tenía en el armario, que estaba más lejos que el baño.


Era estúpido sentir vergüenza cuando Nick ya conocía cada milímetro de su cuerpo.


Haciendo acopio de todo su valor, apartó la sabana y se levantó. ¡Estaba pegajosa! Esa era otra cosa que le resultaba un poco embarazosa, lo húmeda que estaba siempre.


Claro que a Nick no le importaba, decía que lo excitaba.


Se metió en la ducha y se lavó con excesivo entusiasmo, dispuesta a quitarse parte de la excitación que no la abandonaba. Fue una pérdida de tiempo.


Pensó en qué ponerse y pronto llegó a la conclusión de que no tenía nada adecuado. Cuanto había traído era tremendamente provocativo, pensado para excitar a Nick.


Pero ¿cuál de sus conjuntos sería el menos perjudicial? ¿El vestido negro?


No. Era demasiado escotado y corto, además de ajustado.


¿Y la falda corta con aquella diminuta camisa azul de seda?


No se podía poner sujetador y, si sus pezones se empeñaban en seguir erectos como dos cañones dispuestos a disparar, el efecto podía ser francamente vergonzante.


El único conjunto era el verde. Aunque seguía siendo provocativo, al menos podía llevar sujetador.


Claro que también tenía su punto profundamente erótico. Era, sin duda, un tributo a una de sus fantasías sexuales: la de tener el aspecto de una concubina de harén. Los pantalones eran bombachos y medio transparentes. Solo el chaleco largo lo salvaba de la indecencia. Llevaba un corpiño sin tirantes adornado con pedrería.


El resultado era francamente agradable a la vista.


Una vez vestida, maquillada y peinada con un desordenado recogido que dejaba varios mechones cayendo alrededor de su rostro, se puso unas sandalias doradas que había comprado para el traje.


-¡Date prisa, amor! -le dijo Nick desde fuera-. Ya son casi las seis.


Ella se estremeció, no sabía si de excitación o de aprensión. Se puso un poco de perfume y salió dispuesta a encontrarse con su dueño y señor.


Nick estaba en la terraza admirando la puesta de sol y, al verla aparecer, como salida de un cuento de Las mil y una noches, sintió que todo aquello era una fantasía echa realidad.


-¡Vaya! -dijo él con una gran sonrisa-. Ahora sí que pareces parte de un sueño erótico. 


Ella se rio.


-No he traído nada decente conmigo.
-Ya -dijo él en un tono repentinamente seco. Estaba claro que no había tenido en mente la posibilidad de hacer nada que no tuviera que ver con el sexo. Solo lo quería para eso. Y, al fin y al cabo, lo había dejado claro desde el principio.


El, por su parte, había accedido encantado al singular juego que ella había propuesto. Pero el pequeño incidente acaecido momentos antes había cambiado las cosas para él. Cuando la miraba, ya no veía una deliciosa compañera de placeres, sino una posible madre.


No por eso había dejado de desearla. Pero había ciertos pensamientos que actuaban como interferencia. No sabía aún si debía o no decirle lo sucedido. No era demasiado tarde para que un médico le recetara la pildora «del día después». Sabía que había un médico en la isla y una farmacia. Lo había leído en la lista de servicios.


Pero, por algún motivo extraño, odiaba la idea de que se desprendiera de aquel posible bebé. 


Curioso sentimiento, sin duda, cuando nunca antes había querido ser padre. Y seguía sin querer.


Sin embargo, ella lo deseaba. Quería ser madre. Lo deseaba tanto como para querer tener un hijo sola. ¿Por qué no podía ser el suyo? Era mejor que una inseminación artificial. No... quizá no era mejor.


-Nick, ¿por qué me miras así, con el ceño fruncido? ¿En qué estás pensando?
-¿Que en qué pienso? -la tomó del brazo y se encaminaron hacia las escaleras-. Que esa idea tuya de tener un bebé sola no es buena del todo. De hecho, creo que es pésima. A mi madre le costó mucho criarme ella sola, y eso que tuvo ayuda durante los primeros ocho años.
-Puedo entender que criarte a ti fuera realmente duro -dijo ella-. Pero mi bebé no va a tener tus genes, Nick, así que espero que mi trabajo no sea tan difícil.
-¿Sí? -dijo él con una amplia sonrisa. Disfrutaba de la ironía.
-¡Sí! -respondió ella.

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