martes, 12 de junio de 2012

Huracan De Deseo- Capitulo 2


—Supongo que te has llevado un susto de muerte al verme en el pasillo —dijo, suspirando—. Me sorprende que no hayas llamado a la policía.
—Estaba a punto de hacerlo, la verdad. No esperaba verte aquí esta noche.
—El ambiente de mi casa empezaba a ahogarme. El funeral ya fue suficientemente... agotador, pero verme rodeado de dos familias preguntándose por qué se la va a enterrar aquí en lugar de en su país, todos llorando, todos hablando de ella... tenía que marcharme.


Si estuviera sobrio ni siquiera le habría contado eso. De hecho, no se lo había contado a nadie. Pero Miley estaba allí, mirándolo con tal compasión que no tuvo más remedio que decir lo que le pasaba por la cabeza.


Absurdo.


—¿Por qué decidiste enterrarla aquí?
—Porque es aquí donde vivió siempre. Me pareció lo más apropiado. Después de todo, ¿no debería tener cerca de mí el recuerdo de mi querida esposa? —replicó Nick, si poder disimular la ironía.


Un recordatorio constante de la vacuidad del sacramento del matrimonio y de la traición de su mujer.


Miley se aclaró la garganta.


—Creo que es hora de que me marche. ¿Te importa quedarte solo o quieres que llame a alguien? En momentos como este... quizá necesites compañía.
—Ya tengo compañía.


Lo había dicho mirándola a los ojos y Miley sintió un escalofrío.


Era la primera vez que la miraba como si no estuviera viendo a la eficiente y seria secretaria sino... pero era mejor no pensarlo.


Su jefe había bebido mucho, estaba sufriendo lo indecible por la muerte de su esposa y, seguramente, no sabía lo que hacía. Pero no entendía por qué la miraba así.


Quizá veía el rostro de su mujer, aunque físicamente no se parecían nada. Nicole era alta, voluptuosa, una morena de cabello largo y ojos color miel. Ella, en cambio, era bajita, rubia, 
con el pelo no tan largo y la tez pálida.


Pero había soñado con Nick tantas veces... había imaginado que la acariciaba, que la besaba. Y era patéticamente emocionante sentir que la miraba como un hombre mira a una mujer por primera vez.


—Es muy tarde, Nick. Tengo que irme.
—¿Para qué?
—¿Cómo?
—¿Hay alguien esperándote en casa?
—Pues...
—¿Tus padres?
—No vivo con mis padres. Mi familia vive en California. ¿Cuántos años crees que tengo, doce?
—Ah, perdón —sonrió él—. No quería insultarte.
Aquella sonrisa la derretía por dentro; era una sonrisa nueva, diferente.
—No pasa nada.
—Sigues con el vestido negro. ¿Desde cuándo estás aquí?
—No fui a tu casa después del funeral. Lo siento, no podía soportar...
—¿A las hordas de simpatizantes? Parece casi una obscenidad que tanta gente se reúna en un momento así, ¿verdad? Charlando, contándose sus cosas, hablando con parientes a los que hace siglos que no ven, poniendo cara de pena...


El cinismo que había en aquel comentario la sorprendió. Pero Miley se recordó a sí misma que cada persona lidiaba con el dolor de distinta manera. No todo el mundo mostraba sus sentimientos y Nick Jonas no era hombre que llorase delante de nadie. Pero eso no significaba que su dolor fuera menos profundo.


—Es un momento difícil para ti. Mira...
—No te vayas —la interrumpió él, tomándola de la mano—. Aún no.
—¿Quieres otro vaso de agua? —preguntó Miley, intentando disimular el nerviosismo—. Deberías beber todo lo posible.
—Quédate. Cuéntame cosas. Dime qué hiciste al salir de la iglesia.
—Fui al supermercado. Estaba lleno de gente, así que tardé una hora y media... pero esto es muy aburrido.
—Tu voz me tranquiliza.


Nick estaba acariciando distraídamente su mano, haciéndola sentir escalofríos. Pero no se daba cuenta de todo lo que en ese momento  le atravesaba por su mente.
—Bueno, el caso es que dejé la compra en mi apartamento y después fui a cenar algo a un restaurante.
—¿Sola?
—Sola.
—Pensé que las mujeres nunca iban solas a un restaurante. Nicole no lo habría hecho jamás.


Oh, no, Nicole no habría hecho eso. No le gustaba estar sola. Necesitaba público a su alrededor, sobre todo público masculino, alguien para quien mover la melena, alguien para quien inclinarse mostrando el escote.


—A mí no me molesta —dijo Miley, un poco a la defensiva—. Pensarás que es muy triste que una mujer de veintitrés años tenga que cenar sola un viernes por la noche, pero yo no soy de las que necesitan compañía todo el tiempo.


Se le ocurrió entonces que haber sentido la necesidad de defenderse la hacía parecer un poco patética. No parecía la mujer liberada que pretendía ser.


—A mí no me parece triste.
—Debería haberme ido a casa después, pero me apetecía dar una vuelta en el coche. Y cuando pasé por delante de la oficina, se me ocurrió que podría terminar unas cosas. No sé, no estaba cansada y no me apetecía ir a casa.
—Me alegro mucho —dijo Nick, acariciando su brazo.


¿Qué estaba pasando? No lo sabía. Miraba a Miley y su cuerpo empezaba a reaccionar. Era como si estuviesen en otro mundo, en otra realidad donde solo existían sus confusos pensamientos y aquella mujer. Y la quería allí, quería una persona cálida a su lado.


Llevaba una falda negra y un jersey de color Corinto. Se había fijado en ella durante el funeral, con un enorme abrigo negro que la hacía parecer más pequeña todavía.


No era una belleza, pero tenía una boca perfecta; una boca que Nick estaba rozando con la punta del dedo en aquel momento.


Miley lo apartó con manos temblorosas. Tenía que salir de allí como fuera.


—Mira, sé que acabas de pasar por una experiencia muy traumática, pero necesitas dormir.
—No, no es eso lo que necesito —murmuró él, mirándola de arriba abajo.


Miley siempre vestía discretamente, con chaquetas anchas y faldas poco provocativas. Nunca antes había sentido el deseo de tocarla. Pero, claro, antes estaba casado.


Estaba casado con una idea de fidelidad, demasiado orgulloso como para admitir el fracaso aun cuando supo que el barco se hundía.


Pero en aquel momento, Nick no podía dejar de observar cómo el jersey de color Corinto se pegaba a sus pechos. Y tampoco le pasó desapercibido que su mirada le estaba excitando.


Cuando Miley cruzó los brazos sobre el pecho, estuvo seguro del todo. ¿No se daba cuenta de que así lo excitaba más, que lo hacía querer tocar lo que ella estaba protegiendo?


¡Debía estar volviéndose loco!


—¿Has pensado alguna vez en casarte?

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