Miley lo miró en silencio durante unos segundos.
—Claro que sí. Como casi todas las mujeres, supongo. He soñado con encontrar el príncipe azul y con el final feliz.
«Cállate, cállate, márchate de aquí cuanto antes», se dijo a sí misma. Pero sus pies no la obedecían.
—¿El final feliz? —rio Nick, irónico—. Si lo consigues, cuéntamelo.
Desde luego, él no había encontrado la felicidad. Ni siquiera durante el primer año.
Miley lo observó, compasiva. El hombre seguro de sí mismo para el que llevaba meses trabajando, el millonario que podía silenciar una habitación con su mera presencia, aquel hombre tumbado en el sofá, parecía desprotegido, sin defensas.
Su cinismo era comprensible. Para él no habría final feliz.
Impulsivamente, Miley tomó su mano.
Nick se incorporó, cansado, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá.
—Parece como si hubiera corrido un maratón.
—Debes estar agotado —murmuró ella.
Y entonces hizo lo impensable. Alargó una mano y pasó los dedos por su cara.
A Nick nada le había parecido más dulce en toda su vida. Entonces, cerrando los ojos, empezó a besar sus dedos uno por uno. El dolor de cabeza que había empezado con el primer whisky desapareció, reemplazado por una abrumadora sensación de deseo.
La atrajo hacia él, buscando su boca ciegamente, tomando su cara entre las manos.
—Nick... esto no es lo que necesitas.
Miley intentó apartarse o, más bien, supo que debía apartarse, pero lo que llevaba meses sintiendo por él era más fuerte que el sentido común.
¿Por qué estaba haciendo eso?, se preguntó Nick. ¿Qué necesitaba? ¿Solaz, diversión, olvidar? ¿Una oportunidad para volver a vivir aquellos dos años sin cometer los errores que habían endurecido su corazón?
—Necesito consuelo —dijo por fin, buscando de nuevo sus labios, el interior de su boca que sabía a miel.
Aquello era una locura, pensaba Miley. Nick Jonas no estaba en sus cabales. Parecía necesitar consuelo, pero aquello era imposible.
—Tienes que dormir. ¿Por qué no dejas que... te lleve a tu casa?
Nick no contestó. Tiró de ella hasta dejarla casi tumbada en el sofá y acarició su pelo.
—¿Has tenido alguna vez el pelo largo? —murmuró, con los ojos entrecerrados—. No te puedo imaginar con el pelo largo.
—Tengo que irme.
—El pelo corto te queda bien —insistió él, metiendo la mano por debajo del jersey.
Miley intentó levantarse, pero había soñado con aquellas caricias prohibidas tantas veces...
—Como una gacela —murmuró Nick, acariciando sus bien formados pechos.
Ella emitió un gemido de sorpresa cuando metió la mano por debajo del sujetador.
—No podemos hacer esto...
—Te necesito, Miley.
—No es verdad.
—Deja que te vea.
—Nick...
—Quítate el jersey. Deja que te vea.
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