martes, 12 de junio de 2012

Huracan De Deseo- Capitulo 7


Nick la miró, atónito. La idea de que hubiese querido hacer el amor con él tenía el increíble efecto de excitarlo. Pero su contestación lo dejó helado.


Sintió pena por él. Por supuesto. Era lo más lógico. Había aparecido de repente, borracho tras el funeral de su esposa... Pero aquella respuesta hirió su orgullo.


—Me comporté como una idiota. Te vi tan destrozado que... sentí compasión por ti.
—Nadie ha sentido nunca compasión por mí —replicó él, apretando los dientes.


Compasión. Esa palabra conjuraba imágenes de vulnerabilidad, de debilidad, que le parecían repugnantes. Al menos, aplicadas a él.


—Quizá porque nunca antes te había pasado algo así. Estabas en un agujero negro y...
—Y lo hiciste por bondad.
—No, simplemente me pareció lo más natural en ese momento. Pero ahora veo que fue un error y quiero disculparme.


Nick se preguntó si habría disfrutado tanto como él. Si, aparte de la compasión, también ella habría sentido el ciego deseo que lo volvió loco.


—Sí, fue un error por parte de los dos. Y quiero que sepas que, en otras circunstancias, no habría ocurrido jamás.


Sabía que era un golpe bajo, pero se sentía dolido. Había querido asegurarse de que no se aprovechó de ella para cerrar aquel capítulo, pero las cosas no eran como esperaba.


Y la verdad no le gustaba en absoluto.


Nick se levantó y empezó a pasear por el despacho, incómodo.


—Por supuesto —murmuró ella, sin mirarlo.
—Espero que no me malinterpretes. Solo quiero decir que lo que ocurrió el viernes no volverá a pasar.


Miley se preguntó de cuántas maneras iba a decirle que no la encontraba atractiva. Había sido solo lo más cercano en un momento de debilidad y ella, como una tonta, sucumbió ante la tentación.


—Muy bien y….


Nick volvió a sentarse frente al escritorio y, al mirarla, le sorprendió ver lo expresivos que
eran sus ojos. Unos ojos castaños de larguísimas pestañas. Sorprendentemente expresivos en comparación con su pálida piel y el cabello tan rubio.


—No eres mi tipo —dijo entonces.


Pensaba que diciéndole eso los dos se sentirían más cómodos viéndose a diario en la oficina, pero se equivocaba. Cada palabra era como una puñalada en el corazón de Miley.


Ella lo miró. Miró aquel rostro que ya se sabía de memoria.


No, no era su tipo. Ella era una chica normal y corriente y él, un hombre impresionante.
Nick Jonas siempre se sentiría atraído hacia mujeres como su difunta esposa. Mujeres guapísimas, sofisticadas, altas y elegantes.


—Y debo dejarlo claro para que podamos seguir trabajando juntos como hasta ahora.
—Me parece muy bien. Si tienes algo más que decir, hazlo —replicó ella, intentando aparentar una tranquilidad que no sentía.


Amaba a aquel hombre, aunque fuera su jefe. Pero le gustaba su trabajo y sabía que no encontraría en L.A otro puesto con un sueldo tan bueno.


—Si insistes...
—Insisto.
—Eres muy joven y no quiero que creas que... lo que pasó el viernes es solo el principio de algo —dijo Nick entonces—. Y tampoco quiero que pienses que eso te otorga algún privilegio. Eres una secretaria excelente y creo que lo mejor será establecer los límites.
—En otras palabras, estás diciendo que no me desnude delante de ti a la primera de cambio —replicó Miley, atónita.


Sin poder evitarlo, Nick la imaginó quitándose la ropa, salvaje, abandonada, ofreciéndole su cuerpo para que lo inspeccionase, para que lo acariciase.


La imagen despertó un calor inusitado en su entrepierna, que tuvo que compensar con un cambio de postura.


—No he dicho eso...
—Como si lo hubieras dicho. Pero le aseguro que eso no va a pasar, «señor Jonas».
—No hace falta que te pongas así.
—Y tampoco me consideraré con derecho a privilegio alguno solo porque hayamos cometido un error —siguió Miley, imparable. Nunca había traspasado la línea. Ella era una eficiente secretaria, dispuesta a trabajar las horas que fueran necesarias, pero estaba furiosa. Si tenía que buscar otro trabajo, lo haría—, Y para que lo sepas, tampoco tú eres mi tipo.
—¿Siempre te acuestas con hombres que no te gustan?


Debería haber cortado aquella conversación, pensó Nick, pero, en lugar de hacerlo, parecía querer prolongarla. Y no sabía por qué.


—No —suspiró Miley —. No he dicho eso. Las circunstancias, como tú mismo has dicho, eran extraordinarias. Me caes bien, te respeto, pero no eres el tipo de hombre por el que yo normalmente...
—¿Te sientes atraída?
—Si quieres decirlo así.


Afortunadamente no era Pinocho, o su nariz estaría al otro lado de la habitación.


—¿Y qué clase de hombre te atrae?
—Mira... —empezó a decir ella, horrorizada por el cariz que estaba tomando la conversación—. no creo que debamos seguir hablando de ese asunto. Supongo que habrás tenido un fin de semana horribles no hay razón para que empieces el lunes de la misma forma.
—No has contestado a mi pregunta.
—No, es cierto. Pero si de verdad quieres saberlo, me gustan los hombres cariñosos y
considerados.
—Ya.
—No es que tú no lo seas, claro.
—Pero no apostarías por ello —sonrió Nick.
—Es posible —sonrió ella también.


Aquello empezaba a parecer una tregua. Habían aclarado las cosas y podían dedicarse a trabajar.


Nick había dicho lo que pensaba, ella también, y estaba segura de que todo quedaría entre
aquellas cuatro paredes.


—Muy bien. Tenemos que escribir varias cartas —suspiró Nick, tomando unos papeles—. Ya he dictado tres y en esta solo tienes que cuestionar las facturas que nos han cargado. A mí me parecen excesivas...


Todo había vuelto a la normalidad. Sin embargo, no podía dejar de mirar el escote de su blusa.
Todo en Miley era muy tranquilo, muy apacible, pero había un fuego escondido. El lo sabía bien.


Nick sacudió la cabeza.


No era su tipo. Eso era cierto. Su tipo eran, desde la adolescencia, las mujeres como Nicole Anderson. Mujeres voluptuosas de pelo largo y cuerpos descaradamente sensuales.
Y Miley... sí, podía imaginar que se sintiera atraída por un tipo normal, serio, agradable.
Aburrido, en otras palabras.


—¿Qué te parecía Nicole? —preguntó entonces, sin pensar—. La viste varias veces. ¿qué te parecía?


La pregunta dejó a Miley atónita. Nunca le había, gustado Nicole, pero pensó que era,
sencillamente, por ser la mujer de Nick.


—Era muy guapa.
—Olvídate de su físico.
—Pues... la verdad es que nunca mantuve una conversación larga con ella.
—No te gustaba, ¿verdad?
—¿Por qué dices eso? —exclamó Miley, colorada.


Claro que no le gustaba, pensó Nick. Nicole no era el tipo de mujer que solía cultivar la amistad de otras mujeres porque ellas no habrían podido prestarle la atención que requería. Nicole no tenía amigas, solo amistades entre esposas de hombres ricos porque las necesitaba para su vida social.


—A mi madre nunca le gustó —dijo Nick entonces, como hablando consigo mismo—. Pensaba que Nicole y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Para ella, mi mujer era demasiado... llamativa.
—Y eso demuestra que el amor está por encima de la opinión de los demás —dijo Miley —, Los padres pueden ser muy críticos cuando se refiere a las parejas de sus hijos.
—Estoy seguro de que tú nunca les has dado argumentos para ser críticos.


Miley apretó los labios. No quería ni pensar qué dirían sus padres si supieran lo que había
pasado entre su respetable hija y su carismático jefe.


—Bueno, tengo que ponerme a trabajar.
—Sí. Creo que ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir.
—Eso creo yo también. Y te agradecería que... no volviéramos a hablar de ello.
—Fue un error, estoy de acuerdo.


Nick pulsó una tecla de su ordenador para encender la pantalla. Apenas levantó la mirada cuando Miley salió del despacho y cerró la puerta.

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